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El sol en el norte

La gente huye del centro de España hacia el norte, escapando del peso del sol, y una vez que llega al norte a los dos días lo echa de menos. Es lo que pasa con la familia, pues a fin de cuentas el sol es nuestro padre. En el norte no es verdad que no haya sol, es que hay que acecharlo, como a una pieza de caza. El buen ojeador está atento al cielo y los vientos, hace sus cálculos y no se deja engañar por ese sol oportunista entre dos chubascos, pero en cuanto ve un claro ancho y que apunta maneras se planta con decisión en la playa (para lo que hay que ir siempre pertrechado, claro). Una vez allí, disfruta de sus caricias -nunca son manotazos- como solo se goza de los bienes escasos, y la piel lo absorbe con fruición, hecha ya a esa dieta pobre. Para dieta rica tiene después el veraneante la de la comida. Son simplemente modos de ser y de estar. Lo de tostarse nunca ha sido del norte.

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