Concluíamos ayer, al comentar los dolorosos sucesos de Cataluña, con la evidente necesidad de que el Occidente civilizado tomara conciencia de que ha de reaccionar conjuntamente y con energía y prontitud frente a esta gravísima amenaza: la radio acaba de informar de que uno de los cadáveres hallados en la casa derruida por una explosión en Ripoll parece ser el del propio imán. No todos son iguales.
Ayer mismo comprobábamos que las redes sociales hervían de mensajes en este sentido, radicales unos, pretendidamente posibilistas otros, pero todos alarmantes con propuestas sin duda radicales. Pienso que con alguna razón porque insisto en que tenemos el enemigo dentro, y no sólo dentro sino a la vez con su base nutricia y4 fundamental en sus países ricos. Les hemos otorgado una amplia hospitalidad con la conservación de sus costumbres y prácticas, incluidas las religiosas tan determinantes, pero sin la necesaria correspondencia, materia en la que son absolutamente intolerantes. Pero Occidente no puede permanecer a la defensiva. Estamos ante una guerra no convencional pero peligrosísima.
Sería justo que los países de acogida exigieran sin fisuras reciprocidad, separando el grano de la paja, y revisaran a fondo nuestro buenismo con su género de vida, creando incluso, si es que no lo hay, un cuerpo policial especializado. Creo yo que el enemigo está identificado, así como sus fuentes de financiación y sus mecanismos de adoctrinamiento.
Solo faltaba que las diferencias entre el Gobierno español y la Generalidat entorpecieran la colaboración entre la Policía nacional y la autonómica.
