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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Firmes avances hacia la retaguardia

Defienden los líderes de la nueva política el monopolio del taxi y mucho es de temer que cualquier día les dé por reclamar la vuelta de los serenos: aquel gremio ya olvidado que tantos puestos de trabajo creaba abriendo puertas por la noche. El de los antisistema es un brioso avance hacia el pasado; una vindicación de la nostalgia.

Paradójicamente, o no tanto, muchas de las aspiraciones de la nueva izquierda las compartía el antiguo régimen del Innombrable. La actual Seguridad Social, un suponer, nació del Seguro Obligatorio de Enfermedad (SOE) y otras leyes promulgadas por un ministro de Franco que estaba bastante más a la derecha que el propio Generalísimo.

José Antonio Girón, que así se llamaba aquel socialista de la rama del fascio, se hinchó a construir hospitales ("castillos adelantados de la Justicia Social", los definía él) y a promulgar leyes sobre pensiones de retiro, viudez y otros socorros nacional-sindicalistas. Le pasaba como al personaje de Molière que hablaba en prosa sin saberlo. Era tan colectivista como los rojos a los que detestaba; pero en su despiste murió sin haberse enterado.

La democracia asentó y amplió aquel sistema de auxilios sociales, que fue universalizado por los gobiernos del socialdemócrata Felipe González, a quien -sorprendentemente- ven con malos ojos los neoleninistas de Podemos.

Quedan, no obstante, muchos aspectos del régimen anterior en los que profundizar, dentro de esta vuelta al pasado que proponen casi sin advertirlo los nuevos políticos.

Se podría rescatar, por ejemplo, el Instituto Nacional de Industria, que durante décadas instaló en España el capitalismo de Estado al modo soviético. Igualmente sería esta la oportunidad de dar un buen palo a las petroleras sin más que restaurar el monopolio de las gasolinas de Campsa. Por no hablar ya de la Tabacalera o de la vieja Telefónica, que tan grato recuerdo dejó entre sus forzados clientes.

La nacionalización de la banca, que Falange exigió durante años sin éxito, sería un punto aplazado de la revolución pendiente que bien podría acometerse ahora.

Un partido levemente inmobiliario que empezó parando desahucios parece el más indicado también para rescatar la política de vivienda con la que el régimen anterior construyó tantos polígonos de las entonces llamadas "casas baratas". Cierto es que el estallido de la burbuja especulativa ha dejado cientos de miles de pisos vacíos en España; pero tampoco es cosa de resolverlo todo mediante el método okupa.

Un gobierno alternativo y moderadamente antisistema -construido bajo la advocación de los líderes Pedro y Pablo- estaría en situación inmejorable para construir miríadas de pisos de protección oficial, bonitos y baratitos.

Muchas de estas medidas exigirían, naturalmente, la salida de España de la Unión Europea, club neoliberal y socialdemócrata que prohíbe expresamente los monopolios. Pero eso tendría la ventaja añadida de volver a la peseta, en otro claro avance hacia la retaguardia que igual nos devolvía a los entrañables tiempos del gasógeno y de Manolo, guardia urbano.

Más que de izquierda o de derecha -conceptos siempre relativos-, lo que la nueva política nos propone es una España vintage basada en la nostalgia. Infelizmente, ni siquiera la nostalgia es ya lo que era.

stylename="070_TXT_inf_01"> anxelvence@gmail.com

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