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Retrato de la aldea

Habíamos puesto en marcha la globalización sin medir efectos. Todo se movía a su aire por el mundo: los mercados globales hacían caer economías y gobiernos, los mensajes y la información multiplicados circulaban sin control por las redes, quedando depositados para siempre en la memoria del sistema, y un enjambre de espías se afanaba en la rebusca en ese vertedero. Los nuevos déspotas, hostigados globalmente, vieron la ocasión de hostigar a sus hostigadores. La intromisión en asuntos de otros países se convirtió en habitual, y hasta en signo externo de poder global. Del otro lado, el hecho de sufrir interferencias internacionales le daba importancia al interferido, y el que no lo era se lo inventó. Los colaboracionistas surgieron pronto, como siempre. En la aldea global, todo el mundo pasó a ocuparse de todo el mundo. La cosa comenzó por la política, pero acabó en todo lo demás.

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