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De vuelta y media

La simiente de O Vao, manchada de sangre

Dos tribus libraron allí por una ofensa de honra una batalla campal en 1932 que resultó premonitoria de la negra historia del poblado gitano

Las familias biempensantes de esta ciudad se movieron aquellos días entre la pesadumbre y la congoja. Por una parte, pesaba la aprobación del decreto de disolución de los jesuitas en España por decisión del Gobierno de la República. Y por otro lado, asustaba todavía la batalla campal que dos tribus gitanas libraron en las inmediaciones del puente de A Barca.

Los pontevedreses seguían hablando por estas mismas fechas, hace ochenta y cinco años, de la lucha sin cuartel, a tiro limpio, desencadenada por dos familias de etnia gitana. Todo ocurrió el día 29 de enero de 1932.

Una prole calé llegó a Pontevedra tres días antes y estableció su campamento en "Poyo Pequeño", como se denominaba entonces. Los gitanos acamparon más o menos en O Vao actual.

La otra parentela seguía sus pasos desde hacía algún tiempo y creyó que, al fin, había llegado el momento de saldar la cuenta pendiente entre ambas familias. Una deuda de honor que clamaba venganza.

La chispa que encendió la mecha del ardiente conflicto había saltado tres años antes en Ourense, según trascendió después por medio de la reconstrucción policial. Unos y otros compartían en la ciudad de las burgas un campamento único en buena armonía, hasta que un joven apodado "El Pichini" se fugó con una gitanilla menor de edad.

Aquel hecho rompió la paz de la tribu, que se partió en dos y provocó un enfado monumental. La familia de la chica clamó venganza y juró tomarse la justicia por su mano al amparo de la ley gitana.

En cuanto acampó cerca de la prole de "El Pichini", la otra familia salió en su busca y no tardó mucho en encontrarlo. Acompañado de otros gitanos se encontraba en una especie de colmado sin nombre, en las inmediaciones del puente de A Barca.

Primero se increparon, luego se insultaron y enseguida organizaron una auténtica batalla campal en sentido literal. Eran sobre las once de la mañana de aquel viernes.

Las crónicas periodísticas contaron que el enfrentamiento se prolongó por espacio de una hora, en medio del pánico general. Todo aquel que pudo huyó despavorido, empezando por los dueños de la tienda-taberna donde se inició la refriega.

Unos y otros vaciaron por completo los cargadores de sus armas de fuego, y después prosiguieron la refriega con todo cuanto encontraron a su alcance, sobre todo con palos y piedras. Cuando saltó la voz de alarma en la Comisaría de Policía de Pontevedra, diversos efectivos partieron hacía el lugar del suceso, y lo mismo hizo el personal adscrito a la Casa de Socorro y la Brigada Sanitaria.

Los guardias aún llegaron a tiempo de evitar una sangría mayor, porque en el puente de A Barca detuvieron a un grupo numerosos de mujeres y hombres armados de pistolas, puñales y tijeras en actitud beligerante.

Al trascender lo ocurrido se temió una verdadera carnicería, dadas las alarmantes noticias que corrieron de boca en boca por toda la ciudad. Luego el balance se redujo a dos muertos en el campo de batalla y numerosos heridos de distinta consideración, repartidos y atendidos entre la Casa de Socorro y el Hospital Provincial.

Curiosamente "El Pichini", objeto principal de aquella venganza, salvó su vida milagrosamente. No obstante, la tragedia le tocó de cerca, puesto que murió su yerno, Ramón Montoya Jiménez "El Carballés", de 25 años, cuyo cuerpo presentaba diversos balazos, sin duda destinados a su suegro.

También resultó muerto Rosendo Camacho Montoya "El Moreno". Inicialmente su cuerpo estaba en un estado tan deplorable que no pudo identificarse hasta el día siguiente tras la intervención de la autoridad judicial. La descripción de urgencia ofrecida por FARO sobrecogió a sus lectores:

"Uno de los gitanos muertos -decía la información- aparecía horriblemente desfigurado. Sobre la cabeza tenía una pesa de cinco kilos, con la que otros le dieron bárbara muerte. Le arrancaron los ojos y le machacaron la cabeza, saliéndole la masa encefálica".

La autopsia de ambos cuerpos que al día siguiente practicaron los doctores Celestino López de Castro y Pelayo Rubido permitió saber que "El Moreno" recibió también varios disparos, probablemente después de la brutal agresión.

El interrogatorio policial para el esclarecimiento del suceso en la Comisaría de Pontevedra también revistió una especial complicación, tanto por la amnesia general de todos los detenidos, que negaron su participación una y otra vez, como por los gritos de las mujeres y los lloros de los niños. La esposa y la madre de "El Carballés" no recordaban ni tan siquiera los apellidos de la víctima en un primer momento. La tradición gitana trató de imponer una vez más su particular ley del silencio.

Afortunadamente surgió un testigo presencial, que estaba en el colmado cuando estalló la refriega. Apolinar González Casado, de 18 años, no solo tuvo la valentía de contar con pelos y señales en el Juzgado de Instrucción todo lo vivido aquella mañana infernal, sino que también identificó sin dudarlo a quienes dispararon sobre las dos víctimas mortales.

En base al testimonio del joven y al informe policial, entre la veintena de detenidos el juez López ordenó el ingreso en prisión de ocho gitanos como presuntos autores de tales asesinatos: Ildefonso Camacho Jiménez (50 años), María Gabarri (50 años), Filomena Montoya (17 años), Ramón Montoya Camacho (18 años), Agustín Jiménez (18 años), Manuel Montoya Jiménez (60 años), Gabriel Jiménez Camacho (40 años) y Diego Camacho Montoya (16 años).

Treinta años después, la simiente de los Jiménez, los Gabarri, los Montoya, los Camacho y algunos más brotó allí y, poco a poco, surgió el poblado de O Vao con su negra maldición.

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