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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

Del infarto a la cacería

Los políticos se enzarzan en un debate agrio sobre protocolo funerario tras la muerte de Barberá

Fallece Rita Barberá de un infarto en un hotel madrileño y de inmediato la clase política se ha enzarzado en un debate agrio sobre protocolo funerario. Especialmente entre el PP y Podemos. El primero de los partidos porque quiso justificar su parte de responsabilidad en la marginación personal y política de la senadora echándole la culpa a otros. Y el segundo, al argumentar pobremente su ausencia en el minuto de silencio que se promovió en el Congreso so pretexto de no querer participar en un homenaje político.

Desde que se supo la noticia, portavoces cualificados del PP (el partido que la había obligado a renunciar a la militancia por su presunta implicación en un caso de corrupción) dijeron que había sido sometida a una cacería injusta por parte de sus adversarios políticos y de unos medios de comunicación que la seguían a todas partes. Por culpa de ese acoso, doña Rita se había convertido en una apestada con la que nadie quería tratar y últimamente se vio relegada a espiar la calle desde detrás de las cortinas de una ventana de su domicilio. Un domicilio, por cierto, alquilado desde tiempo inmemorial, lo que da una idea muy precisa de la honestidad de su inquilina. "¿Cómo es posible que una mujer por cuyas manos pasaron miles de millones, cuando fue alcaldesa durante 24 años de la próspera ciudad de Valencia, viviese de alquiler?", razonó un antiguo correligionario suyo ante las cámaras de una televisión.

Y, ciertamente, desde la perspectiva político-inmobiliaria que presidió los felices años de la corrupción, cuando la moralidad se medía en metros cuadrados, el argumento parece definitivo. Últimamente, a doña Rita, a la que el PP le había buscado un puesto en el Senado como premio de consolación, se la veía muy desmejorada, había perdido aquella alegre facundia que la caracterizaba, y el día que tuvo que declarar ante el Tribunal Supremo se la notó especialmente abatida después de pasar la barrera de insultadores habituales que hacían guardia a la puerta de la institución.

No obstante, establecer una relación de causa-efecto entre el interés informativo de los medios sobre la figura de la señora Barberá, su incómoda situación procesal, y su fallecimiento por infarto parece un recurso dialéctico que roza la paranoia.

En cualquier caso, ya no estará en este mundo cuando concluya la investigación judicial y, por tanto, nunca podrá saber si los jueces dieron o no crédito a su excusa de que en materia política ella se dedicaba solo a ganar votos dejando las cuentas municipales para otros.

En cuanto a la ausencia de Podemos del minuto de silencio que se promovió en el Congreso, solo habrá que lamentar la excesiva tendencia a la teatralización del señor Iglesias que confunde el respeto con el homenaje. Curiosamente, sus correligionarios en el Senado sí lo secundaron. Y lo mismo hicieron los suyos en la Generalitat Valenciana y en el Ayuntamiento de Valencia donde el alcalde Joan Ribó declaró tres días de luto oficial y abrió al público un libro de condolencias. Dejó dicho don Alfredo Pérez Rubalcaba en frase famosa que en España "enterramos muy bien", en el sentido de que hablamos muy bien de quien en vida solíamos hablar mal. Por poco tiempo, claro.

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