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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Una unidad de destino en el apellido

Decían los revolucionarios de la Falange -precursores antañones de Podemos- que España es una unidad de destino en lo universal; pero que va, hombre. Basta echar un somero vistazo a las estadísticas del INE para deducir que este país es una unidad de destino en el desconcierto y, sobre todo, en los apellidos.

Un somero repaso a los patronímicos declara, en efecto, que la España tan diversa en cocidos, en paellas, en txistorras y en blasones diferenciales es en realidad uno de los países más homogéneos de Europa.

Salvo Ceuta y Melilla, territorios africanos donde priman lógicamente los apellidos Ahmed y Adbeselam, las cincuenta provincias son dominios en los que reinan los García, los Rodríguez, los González, los Martínez y los Sánchez. Más de tres millones de españoles lucen en su DNI el patronímico García, seguidos por los González y los Rodríguez, que suman unos dos millones cada uno de ellos.

Tan vasta proliferación de apellidos comunes podría encontrar su excepción en los reinos históricamente dotados de lengua y costumbres propias; pero no es el caso. O eso dicen al menos los contables del Instituto Nacional de Estadística que se han ocupado de hacer el balance.

En la Cataluña que se apresta a declarar su independencia, por ejemplo, solo Girona y Lleida colocan un apellido autóctono -Vila o Solé- entre los diez principales de su hit-parade onomástico. Otro tanto ocurre en Euskadi, donde es imposible encontrar un solo apellido abertzale en el top-ten de los más abundosos; si bien no resulta menos cierto que García es patronímico de origen vasco que desde allí se extendió a todo el mundo. Por lo que toca a Galicia, hay que bajar hasta el puesto décimo para encontrar un Castro en A Coruña y un Iglesias en Pontevedra.

Otra cosa, más bien propia de la anécdota, es que los nombres de pila autóctonos hayan proliferado durante las tres últimas décadas en las nacionalidades que la Constitución define como históricas. Tanto en Cataluña como en el País Vasco copan los primeros puestos de la onomástica los Unai, Joan, Ane, Anna, Ainhoa, Asier, Mikel, Albert, Jordi, Aitor e Iker. Los gallegos, tal vez con vocación menos étnica, apenas colocan alguna Iria entre los veinte más copiosos.

Se trata de los últimos treinta años, naturalmente. Si el cómputo se hace sobre el total de la población, sin distinguir edades, los tradicionales nombres de Carmen y Antonio siguen ganando por goleada en el índice general. Quizá en eso se conozca que España es un país de población más bien veterana en el que los mayores imponen su mando en las estadísticas.

Más que a rancias cuestiones de Hispanidad, poco atractivas para el común de la ciudadanía, habría que atender tal vez a la coincidencia de apellidos en toda España para observar hasta qué punto se parecen sus territorios. Aunque estos solo coincidan, como es natural, en el paradójico deseo de distinguirse unos de otros.

Es, en todo caso, una ventaja que nos dejó el ultranacionalismo practicado por el general Franco durante su larga dictadura. La resaca de aquel régimen que ponía banderas hasta en los estancos ha vacunado a la población lo bastante como para que ni siquiera tengamos una fiesta nacional con la habitual exaltación de banderas e himnos que otros cantan con la mano en el corazón. El hartazgo de nacionalismo acabará por hacernos más cosmopolitas: y eso salimos ganando todos.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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