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Hace un par de años escribí un artículo en la revista Papeles de Economía Española junto a Albino Prada. El trabajo comenzaba con una larga cita que me permito reproducir textualmente, porque es difícil decirlo mejor: "Cuando se trata de ayudar a personas cuyos hábitos de vida y formas de pensar nos son familiares, o de corregir la distribución de las rentas o las condiciones de trabajo de gentes que nos podemos imaginar bien y cuyos criterios sobre su situación adecuada son, en lo fundamental, semejantes a los nuestros, estamos generalmente dispuestos a hacer algún sacrificio. Pero, ¿quién se imagina que existan algunos ideales comunes de justicia distributiva gracias a los cuales el pescador noruego consentiría en aplazar sus proyectos de mejora económica para ayudar a sus compañeros portugueses, o el trabajador holandés en comprar más cara su bicicleta para ayudar a la industria mecánica de Coventry, o el campesino francés en pagar más impuestos para ayudar a la industrialización de Italia?" La cita no es de ningún euroescéptico contemporáneo. Es de Hayek y es de 1944.

Probablemente, Hayek se sorprendería de lo mucho que hemos avanzado, pero seguramente sentiría que no estaba tan equivocado en lo sustancial de su argumento. La Unión Europea no es todavía una unión fiscal, con un presupuesto que supone hoy apenas el 1% de su PIB. Pero sin una integración fiscal avanzada no es posible desempeñar las funciones propias de una hacienda pública autónoma y eficaz; en particular, las que tienen que ver con la estabilización macroeconómica, la nivelación interterritorial y la mutualización de riesgos. Como tampoco es fácil garantizar la solidez de una moneda única.

Una integración fiscal avanzada que debería ir de la mano de un genuino gobierno federal a escala europea, con una lógica diametralmente opuesta a la actual, en la que predominan los procesos intergubernamentales. Y ello, siendo conscientes de que esa nueva lógica supone replantearse cuestiones políticas fundamentales que tienen que ver, entre otros aspectos, con la noción de ciudadanía europea, la asunción de competencias de gasto relevantes hoy en manos de los Estados, o las barreras reales que suponen las fronteras nacionales para esa redistribución y la solidaridad de la que hablaba más arriba.

La integración fiscal en EE.UU. y Canadá fue en parte una consecuencia de la Gran Depresión. Es una lástima que aquí no haya ocurrido lo mismo. Al menos por ahora.

*Director de GEN (Universidade de Vigo)

@SantiagoLagoP

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