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Tribuna libre

Xaime Quesada Blanco in memorian

Hoy se cumplen diez años del fallecimiento de Xaime Quesada Blanco. Un joven pintor cuya memoria personal y artística está presente en la fundación que lleva su nombre y que, un año después de su muerte, fue constituida por iniciativa de sus padres, Xaime Quessada Porto y María Jesús Blanco. Al artista lo recordamos permanentemente con la actividad cotidiana de la fundación y públicamente con aquellas que difunden su legado artístico, como evidencia la última exposición de ambos Quesada, comisariada en el 2014 por Pilar Corredoira y María Jesús Blanco, presidenta de la fundación y que tuvo como marco el Museo de Bellas Artes de A Coruña.

Ahora, cuando se cumple una década de su prematura desaparición, es un buen momento para recordar la personalidad del pintor. Y si desde una óptica artística es justo rememorar al Quesada Blanco, que en el 2006, transitaba por el mundo del arte con un bagaje expositivo importante dentro y fuera de Galicia y con unas líneas estéticas ya muy definidas; tampoco podemos, desde una visión más personal, olvidar aquel joven que nos abandono con 30 años.

Las obras de sus últimos dos años mostraban que, después de un tiempo de experimentación, había encontrado un firme camino artístico como demostraba la acogida de sus últimas exposiciones en EEUU, Japón o Suecia. Estaba construyendo un estilo propio con la influencia reconocida y alejada de Kandinski, Malévich y Mondrián y las más próximas de Vasarely, Sempere o Palazuelo, este quizás como un homenaje permanente a su madre arquitecta de profesión. Caminaba por un senda conceptual con la mirada sobre el Op Art, el informalismo y la abstracción y la utilización de todas las herramientas de trabajo que le proporcionaba su tiempo histórico: la programación cibernética, los ordenadores, el ploter, el spray, el compresor y el uso de pinturas acrílicas y metalizadas.

Pero no es objeto de esta nota incidir en el valor de un trabajo artístico que debemos mantener. Este recuerdo es más personal y los que los conocimos no podemos olvidar como era Xaimiño, por lo que no puedo dejar de sonreír cuando me viene su imagen de niño grande, enorme físicamente, a la memoria. Xaime, cuando te veía entrar en su estudio, era capaz de abandonar aquella gran urna de mamparas plastificadas, donde con sprays o pistolas daba rienda suelta a su pasión pictórica para formalizar en el lienzo o el tablero, todo tipo de sueños, ideas o sentimientos que volcaba al son de la música tecno o del heavy metal y con la que buscaba la inspiración. Entonces salía a través de una nube de partículas pictóricas y con una enorme sonrisa te abrazaba o te apretaba la mano con la gran fuerza que el gimnasio y las pesas le proporcionaban, mientras te dedicaba alguna de sus bromas.

Los que formamos parte de la Fundación Xaime Quesada Blanco, recordamos hoy a aquel dinámico y optimista pintor y no nos resulta difícil imaginarlo siguiendo la estela artistas de su generación como Bansky, rivalizando con ellos en plasmar todo tipo de aventuras pictóricas en las calles de nuestras ciudades para hacerlas más humanas y más habitables.

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