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El viaje de Obama a La Habana

¡Strike out! Es la voz con la que el colegiado principal de un partido de béisbol pone fuera de juego a un bateador. Esto es lo que me cuentan algunos amigos cubanos: unos que viven en la isla y que viajan a España y otros que viven permanentemente entre nosotros, ocupados en sus profesiones.

Acogiéndose a la metáfora del "strike out", ambos tipos de cubanos coinciden en valorar el viaje del presidente Obama como un paso más a lo que ellos llaman el inicio de la transición. El "strike out", esa manera de poner fuera de juego a un bateador, la consideran como una derrota de los sectores más duros del castrismo. Para los observadores cubanos el hecho de que se tolerara el discurso final de Obama ante la sociedad civil y su posterior encuentro con algunos dirigentes de la disidencia pacífica constituye una evidencia de un secreto pacto de tolerancia entre el presidente norteamericano y Raúl Castro.

Ni los papas Juan XXIII y Francisco se han atrevido a cruzar la línea roja que significa la proclamación en La Habana de las virtudes de la sociedad democrática, la economía de libre mercado, la legitimidad del pluripartidismo, la condena al presidio político, el trato directo con la disidencia, la discriminación por razones religiosas, de raza o de sexo?, y Obama la ha cruzado ante la mirada impávida del presidente cubano.

Según mis informantes cubanos, se trata ahora de dar un paso más en la compleja normalización de las relaciones EE UU-Cuba, que por la parte norteamericana implicaría un avance en las concesiones destinadas a beneficiar tanto la economía del Estado cubano como a la de una sociedad civil ansiosa por progresar en una economía de corte liberal. En pocas palabras, avanzar hacia una remisión de los efectos del embargo. Es cierto que un proyecto similar trató de vender Felipe González, a través de su ministro Solchaga, al viejo Castro, Fidel. Pero este lo rechazó, sabedor de que cualquier concesión al libre mercado interior significaría a la larga un debilitamiento del rígido control político.

Al despedir a Obama, Raúl Castro ha quedado con la patata caliente de enfrentarse a los "duros" del partido y ya Fidel ha dejado saber su posición "irrenunciable", mientras que Obama habrá de lidiar en el Congreso con el sector más recalcitrante de los republicanos. Ambos desean reforzar su imagen en la historia: Obama, al final de su mandato, beneficiarse de sus éxitos en Irán y en Cuba; Raúl, para borrar su imagen de eterno segundón. Y, al fondo, buena parte de los cubanos siguen cargando con los Rolling Stones, "satisfacción".

La transición, me dicen, será lenta, pero imparable. Y este es el mejor mensaje que nos ha dejado el viaje de Obama a La Habana.

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