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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Un interino llega a Cuba

"Hola, interino", podría haberle dicho Raúl Castro a su colega estadounidense Barack Obama en el momento de pisar tierra en La Habana para acabar con más de medio siglo de incomunicación entre los dos países vecinos. Los presidentes yanquis tienen fecha de caducidad, como el yogur, y a lo sumo duran ocho años en el cargo. Nada que ver con los cincuenta y tantos años que los hermanos Castro llevan en el poder como mayorales de la finca cubana.

A diferencia de los interinos que mandan en las democracias, el socialismo científico es el régimen más parecido posible al Papado de Roma. El mandato de los líderes comunistas tiene carácter vitalicio y, como mucho, admite la posibilidad de que el jefe del partido se convierta en emérito por razones de salud. Eso es lo que le ha pasado a Fidel Castro y también, curiosamente, al anterior pontífice Benedicto XVI.

Los Castro, que son estirpe con la acreditada resistencia de los oriundos de Lugo, han visto pasar durante este medio siglo a unos once presidentes por la Casa Blanca del país de al lado. Si no otra cosa, esto demuestra la muy superior estabilidad de un régimen de tendencia monárquica como el castrista frente a una república mudable, tal que la de Norteamérica, donde cambian de gobierno casi con la misma frecuencia que de ropa interior.

Lo cierto, sin embargo, es que la visita de Obama podría obrar mudanzas hasta ahora impensables en la isla que en su día fue joya de la Corona española. Olvidados ya los tiempos de la Guerra Fría, los americanos parecen haber llegado a la conclusión de que los embargos y los boicots no sirven de gran cosa. Bien al contrario, les proporcionan a los dictadores un pretexto para la exaltación nacionalista y empeoran todavía más las condiciones de vida de los súbditos que están bajo su mando.

Kennedy, que era un presidente guay, no dudó en patrocinar una invasión militar de la isla ejecutada por tropas vicarias que fracasaron estrepitosamente en el empeño de poner una cabeza de puente en Bahía Cochinos. Esa era entonces la tradición que llevó a los americanos a imponer y sostener regímenes -por lo general de ultraderecha- desde Chile a la Argentina y desde Uruguay al Paraguay o a la Nicaragua de los Somoza. Todos esos países estaban situados, para su desgracia, en lo que los dirigentes norteamericanos llamaban el patio trasero de los Estados Unidos.

Con mayor sutileza, Obama ha descubierto ahora que resulta mucho más civilizado y económico invadir un país con un ejército de turistas que practicar la brusca política de la cañonera anteriormente en vigor. Basta, a estos efectos, con levantar las sanciones comerciales y de vario tipo con las que se pretendía asfixiar a Cuba para que se produzca una pacífica irrupción de viajeros con muchos dólares en el bolsillo y la cabeza llena de ideas contrarrevolucionarias.

Si a eso se le suman los intercambios mercantiles y la entrada de las grandes empresas norteamericanas en la isla, nada impide conjeturar que Cuba acabe por convertirse al modelo de capitalismo (de Estado) ya vigente en Vietnam o en China. La esperanza de los Castro es que, al igual que en esos países, todo cambie excepto el nombre de los gerifaltes al frente del negocio. Eso, y una mejora de las condiciones de vida de los cubanos, es lo que podría sacarse en limpio de la visita del interino que acaba de aterrizar en La Habana.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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