Faro de Vigo

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Personas, casos y cosas de ayer y de hoy

Simplezas de invierno

El escribidor que cada semana les endosa esta página de Faro de Vigo antes fue pediatra sin descanso. Fue tantas veces pediatra sin tregua que a veces se olvidaba de su primer oficio, el oficio de hombre, que además conllevaba el oficio de ser padre. Desde hace unos años, gracias a la "jubilación decretada", ejerce menos de pediatra y más de hombre. Al poder profesar más de hombre dispone de más tiempo para su mujer, sus hijos, sus nietos, sus amigos y hasta para sus cosas, entre las que está la de escribidor. Y es que resulta de interés sumo el pronto hallazgo del arte de vivir, cuya importancia es mayor que la de otras artes bellas. De él decía Josep Pla: "Se suele descubrir muy tarde, y millones y millones de seres humanos nos moriremos sin haber alcanzado sus rudimentos más elementales". Sin ir más allá, redactar uno de estos artículos impone saber algo del arte vivir, porque escribir es como la vida misma: programación, desarrollo y final de una idea. Lo que pasa es que mi vuelo de pediatra -olvido falsas inmodestias- fue vuelo alto y el de escribidor es vuelo bajo. Mas si ustedes, mis lectores, me siguen tolerando, remontaré a más altura. Porque ya se sabe, al principio ni se vuela, después se vuela como la perdiz y, más tarde, con empeño, tiempo y suerte propicia, incluso se llega a vuelo medio -para los escogidos se queda el vuelo de altura-. En fin y en concreto, sin llegar al Himalaya, igual llego a la Martiña, que contemplo cada día, con sus 1038 metros de altitud, desde la penillanura de Vilamarín. Un pequeño pero atractivo ayuntamiento en el que reina, por elección desde hace muchos años y con tino y acierto, mi amigo Amador Vázquez. Y si nobleza a verdad obliga, quienes lo dudan pueden verlo e incluso venirse a vivir aquí, pues sitio queda y satisfechos quedaran. En tan privilegiado lugar, este escribidor empeño honesto sí le pone. Lo demás depende de ustedes. Lectores tiene Faro de Vigo que sabrán juzgarle.

Al contemplar el perfil recortado de la Martiña, recuerdo que el mundo termina en Galicia, en finis terrae. Más allá, no les engañen, no hay nada que no sea el comienzo de la tierra. Para evitar equívocos Dios puso 4.000 kilómetros de agua en medio. Estar al final del mundo es cosa buena para los creyentes nacidos en Galicia, porque al terminar nuestra andadura estamos más cerca del Cielo. Pero aún lo es más para los que habitamos el interior, porque lo estamos en línea recta hacia Arriba. En determinados meses del año, el azul del cielo durante el día y el resplandor de las estrellas durante la noche, parecen anunciarnos que hay Después.

Vistas así las cosas, he de confesarles que este escribidor es más criatura de primavera y verano. Son las estaciones en que el sol sale siempre y lo hace arrogante y sin anunciarse y bajo él todo crece hasta llegar a la plenitud. Sus meses son rápidos, brillantes y fugaces. El otoño y el invierno me suenan a principio del final. Son estaciones en que el sol no sale o, si alcanza su orto, lo hace tímido y con permiso. Sus meses son lentos, deslustrados e interminables.

En primavera emerge con más fuerza la luz del sol y bajo su influencia todas las plantas afloran y crecen y mis árboles y mi huerta luce airosa y productiva. No dudo en presumir de ello. También vuelven los pájaros, luminosos y airosos, pero excesivos y agresivos con mis frutos. Tantos pájaros hay en Santa Baia de Boimorto, que a veces pienso que Noé preservó en su arca exceso de parejas de aves y el excedente lo remitió a mi parroquia. No lo sé a ciencia cierta. Para recordármelo están mi hija Nazareth y su esposo Juan que le han impuesto a su último hijo, mi nieto número doce, el nombre de Noé. Y, a propósito de mi pequeña aldea, desde hace cierto tiempo, la que fue antigua rectoral parroquial, en plena Ruta de Prata, ha sido rehabilitada y convertida en Centro de Peregrinacións e Convivencias. Sus instalaciones son confortables y acogedoras, su capacidad de hasta 12-18 personas y el precio muy módico. Merece mucho la pena venir unos días en familia para descasar y reflexionar, mientras se llenan el alma y los pulmones de aire puro (centrosantabaia@gmail.com, telef. 698164959).

Y como ya he divagado más que bastante -debe de ser el influjo del invierno-, permítanme que complete mis vaguedades de hoy con las últimas simplezas que tenía en el horno. Cuento con su disculpa. Sin embargo, no olvido aquello tan bien expresado por Camilo José Cela sobre las exigencias del oficio de escritor: "Requiere un constante batirse, día a día, en la brecha, un permanente entregarse sin una sola claudicación, siempre gentil y sonriente, como una amante recién descubierta, a la ira o al aplauso de eso que no se conoce exactamente, de eso que tan exigente resulta como una recién casada y tan desleal, a veces, como un compañero de colegio" (La forja del escritor. Fundación Banco Santander; 2016).

Al llegarle el final, el viejo y sabio pediatra solicitó un espejo para ver reflejada su imagen y así poder contemplar toda la historia de la Pediatría.

¡Qué fortuna tener un oficio y cuántos años cuesta tenerlo! ¡Qué tristeza no saber o no poder trasmitirlo!

Al abrir un paraguas le hacemos un corte de manga a la lluvia.

No sabemos qué es falta de espacio hasta que vaciamos un armario.

Los lápices de colores de los niños son la brújula de su destino.

Cuando el pediatra se equivoca, el niño exclama: "No vale, dos contra uno".

En los medicamentos con mal sabor debería exigirse una advertencia: "No apto para niños".

Lo bueno del escritor viejo es que para buscar temas le basta con mirar hacia adentro.

El tango es la amenaza de la entrepierna.

La soledad es un sentimiento reservado a los que no leen.

Los murciélagos renegaron de su condición de pájaros para tener manos.

El polen es el seguro de vida de las plantas y de los alergólogos.

Noé es por derecho el patrón de los zoólogos.

Preocúpate en ser consecuente contigo mismo, pues ser atacado o ensalzado por otro es cuestión de la conveniencia personal del que lo hace.

Amigo es la especie más rara a conservar.

Que me den información, que la opinión la pongo yo.

La mayor virtud del buen español de a pie es la falta de memoria: recuerda lo bueno y olvida lo malo.

El mayor logro español es que le den a su lengua cerca de 600 millones de personas.

El periódico es obra de la nocturnidad.

En un mundo que no cree en los milagros, algunos consiguen vivir muy bien y no trabajar nunca.

Para ser felices hemos de proponeros metas con la idea firme de que pueden salir mal.

El mayor desasosiego de los mandados es vivir mal sabiendo que la culpa es de que los que mandan no saben hacerlo.

No hay mayor hipócrita que aquel familiar o amigo cuyos efluvios sentimentales se limitan a las celebraciones efímeras.

La mayor mortificación de un envidioso es su propia tristeza ante el triunfo ajeno.

Lo más sorprendente del invierno de Letonia es el que sus mujeres siguen mostrando su belleza frente al desafío meteorológico. Ante el atractivo seductor de su ropa ligera, el frío y la nieve enmudecen.

Buen político es el que tiene un programa por el que resulta elegido, y lo cumple. Parece algo claro y concreto, pero por algo inextricable y confuso, nunca se plasma.

Una buena fabada disculpa de antemano las consecuencias ruidosas y olorosas que le siguen.

Algunos políticos confunden igualdad de oportunidades con la idea de todos son uniformemente iguales. La ilusión de la vieja, fracasada y totalitaria quimera les hace olvidar que ni tan siquiera son iguales las dos mitades de la cara.

Menuda simpleza: para estar bien hay que comer y beber bien, mas para comer y beber bien, antes hay que estar bien.

Ser solidario es decir "los hombres" y sentirse incluido. Ser egoísta es decir "yo y los otros hombres".

Infidelidad es dar besos usados.

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