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De vuelta y media

Los Laboratorios Psicotécnicos

Estos centros experimentales desarrollaron un insólito trabajo educativo durante los años 30 y 40 en el Seminario de Estudios, el Instituto de Enseñanza Media y el Tutelar de Menores

Los Laboratorios Psicotécnicos que funcionaron en Pontevedra de manera regular y sistematizada durante algunos años, antes y después de la Guerra Civil, constituyeron una de las experiencias más singulares en su ámbito socioeducativo.

Aquellos centros escasos de medios, pero ricos en propósitos, fueron punta de lanza de estudios muy valiosos sobre la capacidad y la inteligencia de centenares de escolares adolescentes y chavales inadaptados.

Un documento de la época sitúa a Antonio Iglesias Vilarelle, el gran musicólogo, como el primero que acometió en esta ciudad a partir del año 1930 un trabajo organizado sobre esta rama de la psicología.

Hombre de muchas almas, según acertada definición de Filgueira Valverde, y también de no pocos saberes puesto que nada le resultaba ajeno, comenzó a seguir el camino sugerido por Antonio Losada Diéguez, catedrático de Psicología y Lógica del Instituto de Enseñanza Media, al fin y al cabo ciencia madre de la propia psicotecnia, además de pariente de otras ramas y conocimientos.

En aquel fructífero laboratorio de ideas y proyectos que fue la célebre tertulia de Losada en su propia casa, prendió el interés de Vilarelle por la psicotecnia, aunque sin renunciar por un momento a su pasión por la música. En su caso, resultaron amores y actividades compatibles.

Para dominar mejor su nueva faceta, no dudo en cursar y obtener el título de maestro de primera enseñanza, antes de sumergirse de lleno en tan apasionante reto. Y para tal menester tuvo igualmente que empezar a dotarse de una bibliografía inexistente por estos pagos. Al cabo de algunos años consiguió reunir una magnífica biblioteca especializada.

El Seminario de Estudios Gallegos formalizó el 14 de octubre de 1933 la constitución formal de una Sección de Pedagogía, bajo el mandato del coruñés Manuel Díaz Rozas, el inspector de enseñanza más relevante de Galicia en aquel tiempo, personalidad deslumbrante y verdadera autoridad en dicha especialidad. Al mismo tiempo, Antonio Iglesias Vilarelle asumió la dirección del Laboratorio de Psicotecnia dentro de la citada sección, en donde inició su trabajo experimental.

La creación de esa Sección de Pedagogía por el Seminario de Estudios tardó cinco años en materializarse, después de una petición formulada por Vicente Risco en 1928, según el profesor Antón Costa Rico. Tardó pues en llegar, pero la espera valió la pena.

Bajo la dirección de Vilarelle y con la participación de un equipo muy destacado de alumnos en período formativo como Filgueira González, Pereira Doval, Valenzuela Otero, Lozano Zuza y otros, aquel primer Laboratorio de Psicotecnia realizó durante los dos años siguientes, hasta el estallido de la Guerra Civil, los primeros test evaluativos en colegios de las comarcas del Deza y Finisterre, así como en la ciudad de Pontevedra.

Según el profesor Serafín Porto Ucha, el especialista que ha investigado más en profundidad y con mayor detalle aquella insólita experiencia dentro del magisterio gallego, Vilarelle y sus discípulos aplicaron en diversas escuelas el test de las cien preguntas de Ballard, el test de dibujo de Goodenough, el test de comprensión de Gali y el test de cálculo de Claparede.

Además de su interés por la psicotecnia, los miembros de aquel equipo pionero coincidían mayoritariamente en su defensa de la galleguización lingüística escolar, con Díaz Rozas como principal defensor de incluir la educación entre los pilares básicos del Estatuto de Autonomía de Galicia que estaba redactándose en aquel tiempo. Esa postura resultó fatal para muchos de ellos, inequívocamente republicanos, cuando llegaron las depuraciones franquistas.

A mediados de los años cuarenta, Iglesias Vilarelle y los contados discípulos que sobrevivieron a las purgas aplicadas, consiguieron poner en pie no uno, sino dos Laboratorios Psicotécnicos en Pontevedra.

Si difíciles resultaron sus incipientes comienzos durante la Segunda República, cabe imaginar lo duras que fueron las segundas partes en los años siguientes del miedo, el hambre y la penumbra.

Filgueira Valverde no permaneció ajeno a la creación de ambos centros, sino que se implicó a fondo en aquella segunda etapa de tan insólito trabajo. Entonces Vilarelle había asumido también la batuta de su querida Polifónica y en la década siguiente estuvo al frente de la Escuela Municipal de Música, que luego elevó su estatus y pasó a Conservatorio Elemental.

El primer laboratorio funcionó, bajo la dirección del propio Iglesias Vilarelle en el Instituto de Enseñanza Media, a cuyo frente acababa de encaramarse Filgueira por el fallecimiento prematuro de Vicente Salvado Martínez. De manera sistemática, durante varios años se realizaron test en el centro a todos los alumnos sobre su capacidad mental.

Con los resultados obtenidos en cientos de pruebas psicotécnicas, se aportaron a los profesores unos informes muy valiosos con agudas observaciones sobre el rendimiento que podían exigir a cada alumno, en relación con su nivel intelectual. Una experiencia sorprendente, sin duda, de una suerte de enseñanza a la carta de carácter individual, sin trampa ni cartón. A cada uno lo suyo en exigencia contrastada.

Aquel año 1945, el laboratorio del Instituto también dispuso de casi 2.000 fichas de trabajos anteriores, en su fase última de cálculo estadístico. El objetivo perseguido no era otro que conseguir un baremo fiable para un eficiente uso de los test de Ballar y Goodenough.

El segundo laboratorio se convirtió, por su parte, en una pieza básica de la estructura educativa del Tribunal Tutelar Provincial de Menores. Dotado con más medios que el anterior, su finalidad esencial se centró en aportar información cualificada sobre el perfil psicológico de aquellos jóvenes inadaptados o desprotegidos, delincuentes potenciales en algunos casos: sus conductas, sus excesos y sus inclinaciones, con la intención final de calibrar una reinserción social estable. En eso consistía su función nada desdeñable.

Al frente del Laboratorio Psicotécnico del Tutelar de Menores estuvo Cándido Lozano Zuza, discípulo aventajado de Vilarelle, que más tarde marchó a Venezuela donde trabajó como psicólogo industrial del Banco Central.

Junto al uso habitual de los test de Vermeylen, Terman, Decroly, Rossolimo y otros, la aplicación del psicodiagnóstico de Rorschanch sobre la personalidad de cada tutelado aportó unos excelentes resultados a la hora de trazar su "reloj moral": el aspecto de su yo o de su ambiente, en donde estaría la causa o el motivo de su desarraigo. Todo un adelanto en aquella época, que ayudó mucho a trabajar mejor, con mayor fiabilidad y en menor tiempo, en la necesaria reeducación de aquellos jóvenes conflictivos.

El psiquiatra vigués José Mato Calderón, afincado en Pontevedra desde el inicio de su carrera profesional, continuó en los años sesenta a petición del propio Filgueira Valverde el camino abierto por aquellos dos laboratorios, tanto en el Instituto como en el Tutelar.

Luego Mato Calderón fue pionero en la puesta en marcha de los centros psicotécnicos de las pruebas incluidas en los exámenes para la obtención de los carnés de conducir, que todavía hoy llevan su nombre.

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