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el correo americano

Xabier Fole

El redactor de discursos

Sucede cuando nadie está mirando, fuera de cámara, en reuniones donde expertos en comunicación deciden cuáles son los temas que se deben mencionar y cuáles no. En esos lugares se construyen personajes y se estudia cómo proporcionarle a una historia, cuidadosamente elaborada, algo de verosimilitud. Conviene evitar la controversia inesperada y exhibir una cierta coherencia intelectual; justificar declaraciones realizadas en el pasado cuando estas contradicen los principios ideológicos del presente; exhibir, a ser posible, un conocimiento total sobre el estado de las cosas, desde economía doméstica hasta política internacional, y mostrar, con orgullo, una estable y saludable vida familiar. Es necesario identificarse con el ciudadano medio sin dejar de lucir dotes de liderazgo; aparentar seguridad, fortaleza y prudencia; destacar como persona excepcional, aunque manifestando, al mismo tiempo, señales de humanidad. Todos estos rasgos no tienen que responder a una realidad, pero sí representar una apariencia de la misma.

Barton Swaim, colaborador de Wall Street Journal y Weekly Standard, cuenta en sus memorias recientemente publicadas, The Speechwriter, que su función cuando trabajaba como redactor de discursos para un gobernador del sur de Estados Unidos no era "escribir bien" o introducir "frases brillantes" en las declaraciones, sino redactar "lo que escribiría el gobernador si tuviera tiempo para hacerlo". Había que encontrar su voz y luego plasmarla por escrito, aunque en los textos se encontraran errores gramaticales y expresiones incorrectas -mientras estas últimas conectaran con la personalidad del político sureño-, o los párrafos carecieran de ritmo y coherencia sintáctica. "Es imposible tener éxito en la política si eres un tipo de persona que no puede soportar la falsedad. Esto no significa que la política esté plagada de mentiras y mentirosos; no hay más mentirosos que en otras profesiones. En realidad, uno escucha muy pocas mentiras en el mundo de la política. Utilizar un lenguaje ambiguo e impreciso, o sin significado, no es lo mismo que mentir: no está destinado para engañar sino para preservar opiniones, comprar tiempo, distanciarse de los demás, o parecer que estás diciendo algo cuando, en realidad, no estás diciendo nada". Además de mostrarnos, con ingenio y sentido del humor, una minuciosa descripción sobre cómo trabajan los que escriben y pronuncian los discursos, el libro de Swaim es, sobre todo, una necesaria reflexión sobre el público al que estos van dirigidos. Los votantes proyectan en sus líderes valores que ellos mismos creen (o desean) poseer. Demandan perfección y pureza, a pesar de que ambas cosas, como todos sabemos, son imposibles de alcanzar. De ese modo, los políticos actúan y encarnan actitudes, estilos y maneras de pensar, asumiendo, en ocasiones, papeles asignados por la prensa. Esta atmósfera -cuya presión, a veces, puede ser insoportable- induce al político a vivir en un continuo desdoblamiento: la imagen que pretende trasmitir y lo que, en realidad, es, buscando el equilibrio que le impida caer, a los ojos de los otros, en una contradicción permanente. De acuerdo con Swaim, "la cruda realidad es que los políticos logran el poder convenciéndonos de que son competentes y dignos de confianza. Esto no se diferencia mucho de las artes clásicas de la retórica y la oratoria". Aquellos que tienen éxito, concluye el autor, son "aquellos que saben cómo hacer que pensemos bien de ellos sin que nos demos cuenta de que lo están haciendo".

El segundo debate de los candidatos republicanos, auspiciado por la CNN, fue diseñado por dicha cadena de televisión con el objetivo de que los aspirantes a ser nominados por el partido escenificaran un entretenido "todos contra todos". Hubo numerosos ataques personales, retorcidas insinuaciones sobre el aspecto físico de alguno de los protagonistas y burlas de sus respectivas trayectorias profesionales (Donald Trump y Carly Fiorina se enzarzaron en una disputa sobre la gestión de sus empresas). Animados, en la mayor parte de los casos, por las palabras del moderador, Jack Tapper, quien procuraba extraer las respuestas de un candidato contraponiéndolas con las manifestaciones de otro -haciendo que todos ellos esgrimieran un contraargumento a modo de introducción-, los once aspirantes, en vez de conversar sobre cuestiones relevantes, se pasaron la mayor parte del debate arremetiendo contra sus compañeros de tribuna. Salvo Mike Hackabee y John R. Kasich, quienes parecían ajustarse a los roles que previamente les atribuyeron sus estrategas (hablar a la cámara y lanzar su mensaje), la mayoría de los aspirantes tuvieron que desarrollar, quisieran o no quisieran, sus instintos depredadores, y señalar los defectos del contrario antes de intentar convencer a la audiencia de la inexistencia de los suyos.

La ausencia de contenido real, bastante común en este tipo de formatos, puede ser comprensible a unos pocos meses del caucus de Iowa, que tendrá lugar en el mes de febrero de 2016.

Al fin y al cabo, las elecciones primaras son, en esencia, una larga búsqueda de la identidad. Un extraño viaje en el cual los candidatos hablan sobre quiénes son y de dónde vienen, intentándose desgastar lo menos posible para poder resistir el escrutinio general que, con la presencia de las redes sociales, resulta cada vez más asfixiante. Alguno, como Rand Paul, con pocas probabilidades de obtener la nominación, se presenta, fundamentalmente, para obligar al resto de candidatos a que se posicionen sobre asuntos que a él le preocupan (su intervención en el debate sobre el tema de la marihuana, a favor de su descriminalización, fue bastante educativa) y otros, como Marco Rubio, Ted Cruz, Scott Walker y Chris Christie, esperan su oportunidad en una carrera que, hasta el momento, sigue liderada por dos "outsiders", Donald Trump y Ben Carson, cuya popularidad se debe, principalmente, al desencanto de las bases con el inmovilismo de las dos cámaras, el Congreso y el Senado, y el evidente distanciamiento que existe entre los políticos de Washington y el ciudadano.

Según el redactor de discursos, "los políticos no complacen a las masas haciendo cosas virtuosas con el poder del estado, sino haciendo que las masas crean que eso es lo que están haciendo, o eso es lo que quieren hacer, o eso es lo que harían si les dieran más poder". Por el momento, según las encuestas, sus interpretaciones no son nada convincentes.

* Periodista gallego

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