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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Boda en vísperas de divorcio

Divide en estos días al partido gubernamental la conveniencia de que su presidente, Mariano Rajoy, acuda o no como invitado a una boda. Con el peliagudo proceso de divorcio abierto por Artur Mas en Cataluña, el debate parece más bien frívolo; pero todo tiene su explicación. Se trata de un matrimonio entre personas del mismo sexo y uno de los contrayentes es un exalcalde y alto cargo del PP.

Temen algunos de sus asesores en marketing que la presencia de Rajoy en tales nupcias enoje a los votantes más conservadores del partido. Otros sostienen, por el contrario, que el presidente contribuiría con su asistencia a pulir la imagen anacrónica de la marca. Todo cuidado es poco, en fin, cuando el país está en vísperas de elecciones y cualquier gesto puede hacer que se ganen o pierdan algunos miles de votos.

Escrúpulos como estos parecen un poco -o un mucho- antiguos en una España donde dos varones del Cuerpo Nacional de Policía acaban de casarse en uniforme de gran gala sin sobresalto alguno del público.

El propio partido de Rajoy había dado hace ya casi diez años una muestra de buen juicio cuando el entonces alcalde conservador de Ourense ofició la boda gay de uno de sus concejales. A nadie sorprendió que entre los asistentes a la ceremonia estuviese el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, y los principales dirigentes del PP en Galicia.

Sorprende, en cambio, que los ministros de Rajoy y los mandamases de su partido se hayan enredado ahora en una trifulca interna a propósito de la conveniencia de que el presidente acuda o no a la boda de un correligionario. O bien los liberales abundan menos en Madrid que en Galicia, o tal vez los conservadores españoles caminan en la misma dirección que el cangrejo.

Otra posible y más lógica explicación consistiría en que el Partido Popular se ha opuesto abiertamente a las uniones conyugales entre personas del mismo sexo, bajo el argumento de que el matrimonio es otra cosa. Tal fue su empeño que ni siquiera dudó en recurrir la ley ante el Tribunal Constitucional o en llevar al Congreso a un experto con nombre de personaje de cómic para que ilustrase a los diputados sobre el carácter psicopatológico de la homosexualidad.

Víctima de esa contradicción entre la ideología y la realidad, el partido gubernamental se ve ahora inmerso en un debate más bien excéntrico sobre la pertinencia de que su presidente asista o no a un casorio.

Nada de esto hubiera sucedido si sus dirigentes cayesen en la cuenta de que el matrimonio -ya sea gay, heterosexual o mediopensionista- es en realidad una institución de fuerte raíz conservadora. Durante siglos sirvió para unir reinos y acrecer los dominios de las familias terratenientes que emparentaban entre sí, como cualquier aficionado a la Historia sabe.

Hoy, más modestamente, sigue siendo el pilar fundamental de la familia como núcleo de la sociedad. Y a ello han contribuido en no pequeña medida los gais, que se casan y adoptan niños con entusiasmo tal vez mayor que el de las parejas convencionales de toda la vida. No hay razón alguna para impedirles que cometan los mismos errores que los heterosexuales.

Lo notable, si acaso, es que el Gobierno ande ocupado en líos de bodas mientras Artur Mas se afana en divorciar a Cataluña de España. Será que no se lo toman en serio.

stylename="070_TXT_inf_01">anxel@arrakis.es

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