Opinión | EN CANAL
Antonio Rico
Évole, enviado especial
Puede parecer que Los olvidados solo fue una entrega más de Salvados que se emitió el pasado domingo por la noche en La Sexta. También puede parecer que el Rubicón es solo un río del nordeste de Italia que desemboca en el Adriático. Pero ambos son más que eso.
El Rubicón es, además, una frontera que marca un antes y un después, un límite que una vez rebasado no deja marcha atrás. Cobró ese significado la noche del 11 de enero del año 49 a. C., cuando el general Julio César lo cruzó con sus tropas a sabiendas de que estaba iniciando una guerra civil. Ningún general debía traspasar esa línea al frente de su ejército, y él lo hizo. A cambio, nos regaló una frase para la historia: "Alea iacta est".
También Los olvidados es una frontera que marca un antes y un después, un límite que una vez rebasado no deja marcha atrás. Cobró ese significado la noche del 28 de abril de 2013, cuando el presentador, investigador y periodista por aclamación Jordi Évole lo emitió a sabiendas de que estaba dejando atrás para siempre su papel de follonero, humorista y guionista cachondo para transformarse en una figura imprescindible de la información televisiva. A cambio, nos dejó a casi tres millones y medio de espectadores boquiabiertos y volvió a poner en primera línea un accidente en el metro de Valencia con decenas de muertos y heridos que todos habíamos olvidado (yo también, eso fue lo que me dio más miedo de un programa de por sí aterrador). Évole ya no tiene marcha atrás. Es la guerra. No sé cómo se las apañará en sus próximas entregas, porque tiene el problema de haberse puesto el listón demasiado alto. César había hecho grandes cosas en las Galias, pero el Rubicón marcó un punto de inflexión. Évole había hecho grandes cosas en Salvados (educación, sanidad, religión, corrupción, empresarios, nacionalismos, medicamentos, eléctricas, bancos, emigración, "lobbies", pobreza, fraude, enchufes, despilfarro, jubilaciones...), pero ahora que estamos sin Carmen Sarmiento, sin Rosa María Calaf, sin Vicente Romero, él es nuestro corresponsal en 2013, nuestro enviado especial al mundo que nos ha tocado vivir. Suerte.
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