Los trabajadores y trabajadoras del sector financiero nos hemos convertido en los malos de la película después de haber padecido primero los desmanes de nuestros directivos, ansiosos de ganar dinero, fijándonos unos objetivos a cumplir sin importarles el coste social que pudieran tener, confiando todo a la buena marcha de la economía, y sufriendo ahora las justas iras de nuestros clientes que nos miran con recelo. Antes éramos las personas de confianza que les ayudábamos a llevar su economía doméstica optimizando beneficios, ahora somos los que abusamos de su confianza y les engañamos.

Y es que hay que obedecer al jefe. La cadena de mando impone la venta de equis seguros, equis tarjetas, equis cuentas, equis... lo que sea, y hay que hacerlo. Aquí la objeción de conciencia no existe. Quien no lo haga corre el riesgo de irse a la calle. Puede ser cierto que alguien tuviera un exceso de celo profesional, e incluso fuera premiado por ello por los directivos de turno, pero esto no es general y común a todos nosotros. Las dimensiones del daño generado por la suscripción de participaciones preferentes y deuda subordinada indican que la culpa reside en quien ideó, autorizó y puso en marcha unos productos financieros complejos y especulativos ideados para ir salvando los problemas de la banca.

Y ahora los problemas los tenemos la ciudadanía. También nosotros, los bancarios. Nosotros también nos "colocamos" las preferentes. A nosotros mismos y a nuestros familiares ¡Quién iba a decir que la caja se fuera a pique!

Nuestros directivos nos ocultaron o disfrazaron la verdad de la salud de nuestras cajas, emprendiendo una carrera loca y suicida: la expansión fuera de Galicia. Fuimos un juguete de personas que manejaron las cajas como suyas sin arriesgar ni un duro. Se servían de un entorno dócil. Las Asambleas Generales, máximos órganos de gobierno, eran complacientes con su gestión y las personas que las integraban se hartaron de escuchar durante años las intervenciones sindicales que alertaban de la situación sin hacer absolutamente nada... y allí había representantes de los partidos políticos y de otros centros de poder.

Quien tenía el encargo de supervisar y vigilar no cumplió con su tarea. La Xunta de Galicia, el Banco de España... todos miraron para otro lado.

Por eso que esto no es un problema de mala comercialización, señor Castellano, y no es un problema de mala fe, señor Feijóo. Este tipo de afirmaciones no hacen más que centrar las iras, justas y razonables, de los clientes en quien menos culpa tiene: los bancarios.

La fusión de Caixanova y Caixa Galicia no hizo más que empeorar la situación. Es fácil decir a toro pasado que la fusión ha sido un fracaso, pero la Xunta, señor Feijóo, conocía las cuentas de las cajas, su difícil situación, una peor que otra, conocía sus activos y sus pasivos. Ya existían las preferentes, las subordinadas. La auditora KPMG bendijo el matrimonio, previo pago, y ¡alehop! ya tenemos una Gran Caja Gallega viable y solvente con lo que nos aseguramos el apoyo de los agentes sociales.

Por tanto, los bancarios fuimos engañados por nuestros directivos y por nuestros políticos, pero no hay marcha atrás. Hay que salvar esto como sea, y en ello nos empeñamos desde el primer día. Trabajando sin mirar el reloj y sin prestar la debida atención a nuestras propias vidas.

Señor Castellano, usted habrá venido a prestar un servicio social, pero la plantilla de NCG Banco, Novagalicia, lo ha hecho desde el primer día en cada una de las cajas y lo seguirá haciendo en el Banco... si nos dejan.

Los bancarios pedimos perdón directamente a los clientes, cara a cara. Nos preocupamos porque la solución no llega para todos los clientes. Nuestro puesto de trabajo peligra, nuestra salud peligra. Pero la banca siempre gana.

Necesitamos estabilidad, necesitamos tranquilidad pero estamos entre la espada y la pared. Hacer negocio en estas circunstancias es tremendamente difícil, señor Castellano.

*Carta abierta de un trabajador de Novagalicia Banco