Se ha afirmado, no sin razón, que aunque la palabra historia es femenina, sus protagonistas han sido, en la mayoría de los casos, los hombres, mientras las mujeres, por condicionamientos sociales, motivos religiosos, principios preconcebidos o prejuicios €detrás de los cuales estaba, de manera consciente o subconsciente, el varón€ han quedado relegadas a un segundo plano. Por encima de los tópicos feministas, es cierto que el papel de las mujeres a la largo de la historia, hasta hace muy poco, parecía limitarse a las actividades domésticas, la maternidad y actividades sociales complementarias del hombre.

A finales del siglo XIX, la literatura científica y pseudocientífica, encabezada por el alemán Paul Julius Moebius (autor de La inferioridad mental de la mujer) €obra muy inconsistente y de carácter antifeminista€ se esforzó en demostrar la deficiencia fisiológica mental de la mujer. Moebius degradó incluso más aún la condición femenina negando la supuesta superioridad moral que en aquel tiempo se le atribuía. No contento con ello, popularizó los hallazgos de Birchof acerca del menor peso del cerebro de la mujer. Sorprendentemente, la feminista Carmen de Burtos tradujo y prologó la obra de Moebius, preludio en el que respetó tales principios. El destacado médico gallego Roberto Novoa Santos llegó a escribir el libro La indigencia espiritual del sexo femenino. (Las pruebas anatómicas, fisiológicas y psicológicas de la pobreza mental de la mujer. Su explicación biológica). Valencia: F. Sempere ed; 1908, en el que denunció la mísera y deficiente educación psicológica del público masculino y su culto al ídolo "Mujer", llegando a afirmar: "Sería muy conveniente que un sismo espiritual demoliera todos los grandes prejuicios sobre la ´inteligencia y genio femeninos´". Incluso fue más allá y llegó a utilizar argumentos endocrinológicos endebles para argumentar "las insalvables diferencias fisiológicas entre los sexos".

A principios del siglo XX, el feminismo era ridiculizado y calificado de absurdo y exótico, sin embargo nadie era capaz de derribar teóricamente sus fundamentos. Lamentablemente, sus avances se limitaban al sufragismo inglés. La Primera Guerra Mundial demostraría que las mujeres eran capaces de desarrollar las funciones tradicionalmente reservadas a los hombres, percepción que en muchos países había comenzado antes, demostrando el potencial físico e intelectual de las mujeres.

La idea de inferioridad de la mujer no fue abandonada en España hasta bien entrado el siglo XX, siendo sustituida por teorías descriptivas basadas en la total diferenciación sexual entre hombres y mujeres, basadas en la literatura científica anglosajona, sobre todo médica, del siglo XIX, difundidas en España por autores como Gregorio Marañón, que de todos modos afirmaba que la maternidad y el trabajo físico eran incompatibles. A finales de los años veinte Novoa Santos cambiaría su discurso y afirmaría "Cada sexo tiene sus características y, en tal sentido, no cabe hablar de un sexo superior". Su cambio de planteamiento lo hizo de forma contradictoria y deleznable. Por si fuese poco, el pensamiento científico era la pieza clave de la legitimación de la subordinación de género en las sociedades occidentales. Además, como muy bien ha estudiado Nerea Aresti, salvo excepciones, el corpus teórico del que hace uso, tanto Novoa Santos como Edmundo González Blanco, no son originales, sino extraídos de la literatura científica decimonónica de autores alemanes, franceses e italianos. El siguiente paso consistía en convencer a las mujeres de su igualdad y a los hombres de que lo aceptasen. El camino fue espinoso y aún queda un largo trecho por recorrer.

De la observación respetuosa de la mujer, pero también del hombre, en distintos momentos y circunstancias, y siempre con tono irónico, me han surgido estas simplezas.

No encontraba explicación para la desaparición de su mujer y era bien sencilla: la pobrecilla se había cansado de ser propiedad.

La perfección es que a la vez no falte nada y no sobre nada.

El amigo setentón me dijo: me siento como a los veinte años; y yo pensé: no tuvo juventud.

En el drama de la ruptura definitiva hay una persona rota y otra rompiente, pero la dignidad es solo de la primera.

Al reparar en tan exultante culo, le prohibieron ventosear por eso de la contaminación ambiental.

Si la mujer es de llanto fácil y catarro frecuente, ¿cuál es la razón de la pequeñez del pañuelo femenino?

Los cirujanos estéticos, al igual que las modistas, cuando la cara está gastada o vista, le dan la vuelta.

Cuando entró la opulenta señora envuelta en su abrigo de piel, lo único que acerté ver fue un cementerio de visones.

Con tanto prodigar el desnudo, comienzo a dudar si es para enseñar los cueros o para economizar en vestuario.

La avidez sexual de las películas eróticas es tan extrema que los actores parecen sentir hambre caníbal en lugar de atracción por la pareja.

Viendo los contoneos de la muchacha es lógico pensar que cagará mierda batida.

La faja es la frontera de la carne sebosa.

Le estiraron tanto la piel que parece que tiene un bostezo permanente.

La ya vieja paciente me dijo: está usted muy joven; y yo pensé: qué raro nunca me lo dijeron cuando lo era.

Para el amoral su único principio es el nacimiento.

La expresividad de su mirada escenificaba sus sentimientos hasta que cerró los párpados y clausuró el proscenio.

La zancadilla es la vileza del que no llega.

Tenía muchísimos amigos porque nunca consiguió tener uno.

Le atraían las viudas alegres hasta que advirtió que lo iba a ser su mujer.

Los besos y los abrazos del final de las cartas son caricias malogradas.

Elegancia es llevar sombrero; educación es quitarse el sombrero.

La bondad del hombre, si es natural, huele a hombría de bien; si es fingida, huele a pintura reciente.

Era una felicidad auténtica porque había conseguido reconocer que su prójimo tenía menos de lo que merecía y él, más de lo que valía.

Cuando escucho el bolero: "Bésame, bésame mucho, como si fuese esta noche la última vez€" siento que tocan a difuntos.

La tristeza es un veneno que tiene como antídoto la alegría.

Tenía el secreto de la felicidad: hacía todo lo bueno que podía y le dejaban, quería a sus amigos e ignoraba a sus enemigos.

La soledad buscada reconforta, la impuesta desalienta.

Esa mujer guapa y atractiva parece falsamente asequible cuando en realidad es a quien más difícilmente se llega.

Cuando al final del día se nos cierran los párpados por el sueño no sabemos si es para que no se nos caigan los ojos o para que no nos los vean agotados y mustios.

Hay ciudades tan iluminadas durante la noche que parecen querer engañar a la luna.

Hay recuerdos tan felices que parecen adelantarnos el paraíso; hay evocaciones tan malhadadas que parecen presenciarnos el infierno.

Les guste o no al cirujano estético y a su paciente, sus intervenciones son siempre contranaturales.

Cuando la Venus de Velázquez se miró al espejo, perdió el pudor y el anonimato.

Cuando Velázquez reflejó en el espejo el rostro de la Venus, mostró al mundo quién era su amada.

Al ver aquella bella mujer vestida de blanco, de largo cuello y alta distinción, pero tan hermética, distante y muda, pensé en el cisne, perfecto y distinguido, pero de pequeña cabeza, y la aparté de mi destino.