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El pacto de la desesperanza

Alfonso Villagómez

La pasada semana se reunió el Consejo de la Unión Europea para alcanzar un acuerdo al que se le ha denominado Pacto por el euro, aunque, a la vista de su contenido, bien podría titularse el pacto de la desesperaza.Porque, muy poca esperanza nos queda al ver que Europa definitivamente ha claudicado ante los poderes económicos y los principales mandatarios europeos han decidido seguir profundizando en el desmantelamiento del Estado social. Y toda esta operación se hace –y esto es lo más sorprendente– sin cuestionar siquiera el modelo social y económico que se les está imponiendo. Nada importa que los causantes del desaguisado finaciero mundial sigan obteniendo beneficios de la crisis que han propiciado, nada importa que sean los ciudadanos de a pie los que tengan que seguir pagando sus consecuencias por muchos años más. Poco importa que desde sectores científicos, académicos, profesionales y políticos se alerte acerca de las nefastas consecuencias que el camino emprendido tiene para la democracia. Se ha impuesto el pensamiento único y el Estado por fin cede ante el mercado, que asume definitivamente el poder para dirigir el destino de los pueblos aplicando la máxima de que la ambición es el principal motor de desarrollo y prosperidad.

Atrás quedan las conquistas sociales que la clase trabajadora logró arrancar a la dirigencia económica, atrás queda la movilización de las mujeres por una sociedad igualitaria, atrás quedan tantas y tantas reivindicaciones que los diferentes colectivos lograron alcanzar en años de lucha por la justicia social. Atrás quedan definitivamente los sueños de la izquierda por transformar la sociedad. Atrás quedan pueblos como los de Grecia, Irlanda, y nuestro hernamo portugués, que ya le han dejado caer, condenados por mucho tiempo a la pobreza y a la desesperación de sus ciudadanos. Ahora toca enfrentarse a la realidad, asumir con humildad el descontrol presupuestario de estos años y obedecer a los jerarcas económicos para lograr su perdón.

Entretanto, la ciudadanía europea, que sigue con atención las rebeliones del norte de África, y que, incluso, aprueba la intervención militar, como es el caso de Libia, para redimir a los sublevados contra el poder omnímodo de los dictadores que los gobiernan con mano de hierro, no es consciente de que otra dictadura, más imperceptible, se cierne sobre ella. Ignora esta vieja Europa que tener acceso a la educación, ejercer el derecho a la salud o contar con una vivienda digna, por poner algunos ejemplos, son presupuestos imprescindibles para la participación libre y responsable en los destinos de la sociedad, pues la continuidad de su disfrute le ha hecho olvidar por qué surgieron estos derechos y para qué se reclamaron, pensando, equivocadamente, que tales derechos forman parte del patrimonio natural de la personas, sin más cuestionamiento. De ahí que la situación actual se vea como un paréntesis inevitable, acaso como una terrible pesadilla que desaparecerá cuando alumbre la luz de la mañana. Ensimismada en sus logros y carente de memoria atraviesa el túnel de la crisis esperando ver al final del mismo el campo florecido por la primavera que le anuncian.

Pero estos poderes, los que ejercen sin pudor las entidades financieras, vienen para quedarse, para instalarse definitivamente en el lugar del que fueron expulsados por la democracia, cuando una ciudadanía comprometida con su futuro, solidaria en su presente y marcada por su pasado entendió que solo hay paz con justicia y solo hay progreso desde la igualdad social.

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