No sabe uno si el Celta acierta por puntería o ametrallamiento. En el último lustro ha sido un club de pelo y pluma. Lo ha probado todo: asesores de ultraderecha, un director general galleguista y otro tecnócrata; un coordinador de cantera foráneo a precio de oro, qué paradoja, y otro de la casa a precio de saldo; un director deportivo con más pedigrí que sustancia y otro con más sustancia que pedigrí; entrenadores, muchos entrenadores, de todos los tamaños y sabores: managers al estilo inglés y de perfil bajo, bravucones y discretos, bogomilos, ateos y mojigatos, estrategas prusianos y gurús... Estaba el Celta empeñado en probar la inevitabilidad del fracaso, su predestinación calvinista. Ya solo le quedaba cambiar de consejo de administración. Y de repente ha salido el sol. "Porque yo lo convoqué", dirán algunos. O por el movimiento de rotación de la pelota.

La cosa, sea por razonamiento o fortuna, es que al fin han dado con la combinación humana que necesitaban: Herrera, Chaves, Torrecilla, Otero. Existe un diseño rector, una filosofía, una plan de viabilidad. Todos reman en la misma dirección, aunque ya se sabe de las corrientes cambiantes de Praza de España. Haría bien Herrera en firmar la renovación antes de que Mouriño vuelva a cruzar el océano. Es el presidente del efecto mariposa. Bosteza en Campeche y en Vigo se organiza una guerra civil.

Como el fútbol es mesiánico, ahora podríamos pensar que la salvación solo era posible con estos. Y como es maniqueísta, que sus virtudes resultan proporcionales a los defectos de sus antecesores. Pero yo creo que Herrera, excelente entrenador, se sustenta en parte sobre el legado de Eusebio, que vive en los críos que apadrinó; y aunque me alegra la exitosa reconversión de Vila, añoro igualmente a Noguerol. También él, rival hoy, habita entre nosotros. Lo hace como ejemplo de honestidad, amor al oficio y celtismo. Como impronta que aquellos que lo disfrutaron de compañero conservarán siempre como guía moral.

Los que nos precedieron nos conforman. Mis padres, hambre y emigración, me pagaron la carrera. Disfruto de aquello que ellos no pudieron poseer, costeado con su sudor. Lo que haya de bondad en mí se debe a los valores que me inculcaron. El Celta de Herrera triunfa y ojalá. A su mérito se debe. Pero también a lo que Noguerol y Eusebio plantaron. Y es de club bien nacido reconocerlo.