Así pues, y aun a riesgo de caer en los hábitos de Pero Grullo, quizá no estorbe destacar, desde el respeto a otras opiniones, que si algo dejó claro la fase final del traspaso de poderes es que don Alberto Núñez sólo tiene que ver con el pasado a través de la memoria, y su partido, el PPdeG, lo mismo. Cierto que conviene considerar aquello, tan bíblico, de “por sus obras los conoceréis” y por tanto aguardar un poco, pero con menos datos se han defendido como irrefutables algunas tesis.

Viene a cuento, el introito, de una parte de la argumentación expuesta por la oposición, y que pareció fundamentarse en una desconfianza -cuando no una descalificación- referida a los orígenes políticos del presidente. Da la impresión de que BNG y PSOE olvidan que en democracia no hay mejor pedigrí que el que proporcionan las urnas, que minusvaloran la dimensión de la victoria electoral e incluso insinúan cierta ilegitimidad al aludir a intereses ocultos de la nueva Xunta. Y eso, por indemostrable a priori, daña más que a ningún otro a quien sugiere sin pruebas.

No se pretende, con lo dicho, establecer que en anteriores etapas o con otros liderazgos el PPdeG representase algo diferente a su cuerpo electoral, sino reiterar que el talante demostrado hasta el momento en sus discursos por el presidente fue muy distinto a otros: encajó críticas no del todo ortodoxas, aguantó el tipo cuando le mentaron algunas contradicciones y, sobre todo, insistió en la idea, probablemente muy extendida en la calle, de que la gente quiere hoy más Política -con mayúscula, sí- y menos jaleo. Y ésa es, también, una verdad al alcance de quien sepa oír.

Expuesto lo anterior, y más allá de la lógica, y legítima, discrepancia con su Gobierno y sus prioridades, no pocos gallegos se sintieron confortados, no ya por las cosas que hasta ahora dijo, sino por el tono en que las dijo el señor Núñez Feijóo. Sin acritud y sin aspavientos, con humildad, pero también sin dejarse en el tintero cuanto pudiera aclarar o reafirmar sus ideas y su posición; y a partir de ahí habrá que ver y controlar, desde la oposición y las opiniones pública y publicada. Con firmeza e independencia, pero también con lealtad.

Se ha dicho con razón, que entre los ciudadanos sólo los tontos desean que un gobierno fracase, porque si ocurre la más perjudicada será la sociedad. Pero hay algo aún peor que la idiotez, y es la mezquindad de quienes desean el fracaso sólo para, a pesar del posible daño general, acercarse a las posiciones de poder.

¿O no...?