Podrá haber gente que tenga más pensamiento transcendente que otra, que tienda más a pensar en el más allá, en fuerzas externas que gobiernan el mundo, en factores alejados de lo racional. Hay, por lo contrario, humanos empeñados en lo que tienen alrededor desde una perspectiva de control, esa gente que llega a la cima del poder económico o político porque, no le demos vueltas, tiene atributos especiales. No es que sean forzosamente los más inteligentes ni los más trabajadores, creativos o generosos pero sí pueden ser individuos dominantes, crueles, persuasivos y manipuladores, cualidades óptimas en la lucha por el poder. Unos y otros, los transcendentes que se evaden y los que aferran sus garras a las cosas de la Tierra, son al fin y al cabo variedades clásicas de la especie humana. Sin embargo la sociedad se está fracturando por vez primera en muchos siglos en dos tipos de ciudadanos irreconciliables y alejados porque pertenecen a dos eras diferentes: en un lado estamos, con la boca abierta por la rapidez con que todo se mueve bajo nuestros pies, los hijos de Gutemberg y Marconi, últimos herederos de una cultura impresa que vemos extinguir poco a poco; en el otro los jóvenes cachorros de un mundo paralelo y virtual, cibernautas, precursores de los cyborg, fusión del ser humano y máquina (teléfono móvil, chip..), habitantes de un mundo poshumano, los futuros hombres biónicos de la próxima revolución.

No es ficción, observad a vuestros hijos, más bien a vuestros nietos, esos que con el cambio climático verán cosas como que las estaciones de esquí se conviertan en centros de spa o cómo en vez de ir a la Costa del Sol los turistas visiten las costas del mar Báltico. ¿Tenemos algo que ver, salvo la apariencia corporal, con esos que no salen de Internet van constituyendo una red social tipo Facebook a través de la Red? ¿Acaso no nos sentimos unos nuevos analfabetos incapaces de hallar palabras que designen todos esos espacios tecnológicos entre los que ellos se mueven con soltura a diario? Cuando leemos que el ocio electrónico ya genera más beneficios que la música en directo y que los reyes del rock prefieren desgañitarse en maquinitas digitales y en protagonizar festivales virtuales en vez de los clásicos conciertos sudor a sudor, codo a codo que antes tanto vivimos, empezamos a pensar que nada tenemos que ver con nuestros nietos sino una cuestión genética azarosa.

Cierto que políticos de hoy parecen imitarles en la creación de estos mundos virtuales propios de videoconsola, por ejemplo cuando imaginan mundos ficcionales y hablan de cosas como nación, patria o normalización linguística, pero son puras coincidencias. Nada tienen que ver con juegos con los que están colgados los nuevos pobladores de la Red como el World of Warcfraft, un ejército de enanos, orcos o trols divididos en dos bandos, la Horda y la Alianza.Habitan en Azeroth, una tierra fantástica pero no es esa del anuncio de Gadis llamada Galicia. En una trilogía aún no escrita, el físico nuclear Juan José Gómez-Cadenas incluye un protagonista que está atormentado por sus prótesis (retina de sicilio, brazo biónico...) ya que empieza a dudar de su condición humana. Eso es lo que tenemos por delante: dónde, cuándo y cómo el hombre empieza a dejar de serlo. Y nosotros, la vieja guardia, con estos pelos. ¿Es que tenemos algo que ver con ellos?