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A ver si Obama nos arregla lo del paro

Anxel Vence

Decidida a batir marcas como corresponde a un país que milita en la Champions League de la economía mundial, España registró durante el pasado mes el mayor aumento del paro de toda su Historia. Y no sólo eso. Los casi doscientos mil nuevos desempleados de octubre consolidan el liderato del Reino que preside Zapatero dentro de la Liga Europea del Paro.

Difícilmente se le escapará el campeonato al Gobierno si se tiene en cuenta que España, con su 13,8 por ciento de trabajadores sin empleo, le sacará cuatro puntos de ventaja al segundo clasificado -Eslovaquia-, según las previsiones de la Unión Europea para el próximo año 2009. Dado que la crisis afecta a todo el mundo por igual, no es mérito menor que el porcentaje de parados españoles duplique ya a día de hoy la media de los países de la UE. Desde que España consiguió el título continental de fútbol, no hay Eurocopa que se le resista.

Puestos a negar estos innegables éxitos internacionales del Gobierno, los cascarrabias de costumbre alegarán tal vez que los récords de paro obtenidos por este país -y los que sin duda vendrán- no son exactamente un motivo para la alegría. Los más gruñones advertirán incluso que si el desempleo sigue creciendo al actual ritmo de 200.000 ex trabajadores por mes, podría darse el caso de que el Estado no dispusiera de suficiente caudal en sus arcas para pagar los subsidios de desempleo.

Es una hipótesis a considerar, naturalmente; pero tampoco hay por qué alarmarse en exceso.

Por fortuna, la marcha de la economía mundial -y en consecuencia, la de aquí- no depende tanto de lo que haga o no el Gobierno español como de las decisiones que tome en Washington el rey del mundo elegido cada cuatro años por los ciudadanos de Norteamérica. Dice efectivamente una vieja máxima no desmentida hasta ahora que cuando Estados Unidos estornuda, Europa se constipa. Y en el caso particular de España, el riesgo es más bien de pulmonía, según empiezan a sugerir amenazadoramente las estadísticas del paro.

De ahí que el previsible triunfo de Barack Obama en las elecciones imperiales que se celebraban ayer sea -si se confirmase- una noticia de lo más confortador para los españoles o al menos para sus actuales gobernantes. Difícil será, desde luego, que Obama o cualquier otro haga peor las cosas que su antecesor en el cargo George Bush, que deja como herencia un par de costosísimas guerras y una crisis económica como no se recordaba desde hace casi un siglo.

Por malo que pueda resultar el nuevo presidente -y no hay razón para pensarlo- parece improbable que vaya a meter la pata con la contumacia que lo hizo durante los últimos ocho años el todavía líder de la primera y casi única superpotencia del mundo.

Tal y como están las cosas, el cambio de jefe en la metrópoli ha de redundar necesariamente para mejor, circunstancia de la que no pueden más que beneficiarse las provincias americanas de este lado del Atlántico. Incluida España, naturalmente.

Sería algo exagerado e incluso ilusorio, desde luego, pensar que Obama tenga entre sus primeras o segundas preocupaciones la grave situación de paro que el derrumbe de la construcción está provocando en esta parte de la Península. Pero tampoco se trata de eso.

Simplemente bastaría una razonable gobernación del mundo -como la que Obama e incluso McCain prometen- para que la economía planetaria saliese del túnel en el que está metida y de ello se favoreciesen las dependencias exteriores del Imperio ahora agobiadas por la crisis. Entre ellas, por supuesto, la España que ya ha adoptado como propios a Papá Noel, la fiesta de Halloween, el debate sobre el Estado de la Nación y que acaso no tarde en instituir su propio Día de Acción de Gracias.

Ya que somos americanos (de provincias), parecería lógico que también nos beneficiásemos del cambio de gobierno en ese país, que es el nuestro. Ojalá Obama nos arregle lo del paro.

anxel@arrakis.es

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