Uno, la verdad, no entiende a qué viene tanta exaltación de los cien "primeros" días de gobierno de Zapatero en esta segunda legislatura; no hay mucho que exaltar, pienso, aunque tampoco haya demasiado que criticar. Simplemente, nos hemos topado de bruces con una enorme, multiforme, crisis económica internacional que el Gobierno ha explicado mal a los españoles. Eso ha sido todo. Y nada menos.

Pero debo confesar que tampoco veo claras las recetas del Partido Popular para atajar la crisis. Recetas que se resumen en dos: bajemos los impuestos, o sea, más de lo mismo y reduzcamos el gasto público.

A esto segundo, Zapatero ha respondido con un tajante "no", sin siquiera haber escuchado el detalle de la oferta del PP (porque por "gasto público" podemos entender muchas cosas). El caso es que, preguntados al respecto, los responsables "populares" tampoco han sido capaces de detallar demasiado cómo y por dónde recortarían este gasto público: ¿congelando el sueldo de los funcionarios, cómo, precipitadamente (no se puede hacer, porque hay un acuerdo salarial ya suscrito para los próximos tres años) sugirieron los socialistas? ¿Frenando las inversiones públicas, las obras públicas? ¿Disminuyendo, como malévolamente les achacan los socialistas, los gastos sociales?

Nada. Aún no he encontrado respuestas satisfactorias (genéricas sí, muchas) a estas preguntas. Me da la impresión de que, como les ocurre a las gentes del Gobierno, en la oposición se han dado cuenta de que no hay recetas mágicas para aliviar esta crisis de tan feo rostro y, por tanto, salen del paso con generalidades.

Así que me temo que, al llegar al apartado económico en la agenda de temas a tratar, el diálogo entre Rajoy y Zapatero este miércoles va a ser algo de besugos. Confiemos en que en otras materias sí haya avances y pactos, aunque la cuestión que más angustie en estos momentos a los españoles sea la que atañe directamente a sus bolsillos.