Mientras el Gobierno prepara la llamada Ley de Recuperación de la Memoria Histórica, cuyo alcance y efectos aun no se conocen con detalle (aunque nadie duda de que serán polémicos), menudean en los periódicos los artículos sobre la guerra civil, cumplidos ya setenta años desde su inicio. Muchos de ellos están escritos por hijos y nietos de personas que fueron protagonistas de aquellos acontecimientos, y por tanto son un ejercicio de memoria sobre la memoria de otros, o sobre sus recuerdos y testimonios. O sobre la forma en que contaron sus experiencias o impresiones Tienen por tanto un alcance limitado , por la subjetividad, pero resultan imprescindibles por cuanto -como escribe el siquiatra Carlos Castilla del Pino- " la memoria es la condición necesaria para el logro de nuestra identidad". Con independencia de que pueda estar impregnada, en mayor o menor medida, de un deseo inconsciente de justificación. Uno de esos artículos está escrito por José Andrés Rojo, que es nieto del general Vicente Rojo, uno de los pocos militares de alto rango que permanecieron fieles a la República, y el otro es de la autoría de Gregorio Marañón y Bertrán de Lis y A. López Vega, hijo del famoso doctor Marañón, médico y escritor de mucho renombre en el siglo pasado. En el caso de Rojo se reivindica la lealtad del militar frente al deshonor de los compañeros de armas que traicionaron sus juramentos. Mientras que, en el de Marañón, se describe el sufrimiento moral que quien contempla horrorizado como el país se desliza hacia la catástrofe sin poder evitarlo. Dice el hijo, citando unas cartas escritas por su padre a Marcelino Domingo, que el país y el régimen se habían envilecido con el asesinato del teniente Castillo y el posterior de Calvo Sotelo, pero que las puertas del horror se abrieron de par en par a partir del comienzo de la rebelión militar. Y cuenta que su padre asistió estremecido a los asesinatos de los políticos asturianos Melquíades Älvarez y Manuel Rico Avello, que había sido secretario de la Agrupación al Servicio de la República. Y al de Fernando Primo de Rivera, que fue colaborador suyo en el Instituto de Patología Médica. A partir de ahí, el doctor Marañón -dice su hijo- "basculó desde su inicial apoyo a la República hasta ser proclive a la causa nacional, que contemplaba como un mal menor y transitorio". Luego, escapó de España para evitar que lo matasen. Esta postura de Marañón no fue bien entendida por otros republicanos. Un amigo suyo, el periodista catalán Gaziel, silenciado por el franquismo, se la reprochó especialmente, aunque no por ello dejó de tratarlo. Todo esto que voy devanando me recuerda que Manuel Rico Avello era tío abuelo mío y yo tuve ocasión de oír y saber muchas cosas sobre él. Sé, por ejemplo, que había sido Alto Comisario de España en Marruecos y ministro de la Gobernación y de Hacienda con dos gobiernos republicanos de distinta orientación. De niño me causó una gran impresión oír el relato de cómo mi tía abuela Castora, mujer de gran carácter, había localizado y desenterrado su cadáver, que pudo identificar por la dentadura. Recuperar la memoria supone desenterrar muchas cosas. Vayamos con cuidado.