Por la natural evolución del pensamiento, un hombre puede cambiar de ideología a lo largo de su vida, como puede cambiar su manera de andar, sus lecturas y su gusto musical. Por razones de puro placer, un hombre pude desistir de un vicio y sustituirlo por otro vicio, flirtear con una oveja o cogerle gusto a viajar en la bicicleta estática. Unos cambios se dan con más facilidad que otros porque afectan a cuestiones más superficiales, como ocurre con la gastronomía, pero hay cambios que requieren un proceso evolutivo inevitablemente premioso, de modo que uno no puede ser budista hoy, musulmán mañana y judío ortodoxo la semana próxima, antes de caer en la cuenta de que en realidad su único destino razonable era hacerse menonita en una granja en Pensilvania, o palanganero de Hitler en el III Reich. De lo que no cabe duda es de que una convicción profunda necesita de un motivo igualmente profundo para esfumarse. Quiero decir que las profundas razones ideológicas por las que Anxo Quintana rehusó acudir a la Ofrenda al Apóstol, serían relativamente comprensibles si las arrastrase de mucho tiempo atrás y no hubiese sido otra su actitud hace poco más de un año, cuando su conciencia agnóstica y antieclesial no le impidió en absoluto dar una charla preelectoral en el Colegio Mayor "La Estila", que no es precisamente el último reducto de la libertaria y casi romántica Escuela Moderna de Ferrer, sino la explícita sede compostelana del Opus Dei, que es una institución en la que incluso a Dios le vigilan el sueldo, el gallumbo y los milagros. Suele ocurrir que a esa velocidad lo que cambia no son las ideas, amigo mío, sino las conveniencias, y que cada cuatro años, los políticos experimentan una sorprendente transformación ideológica para adaptar su pensamiento a los perfiles del mercado electoral, como se adapta un refresco. Eso explicaría que el Anxo Quintana que ayer desistió de ser convidado institucional en el acto tradicional de la Ofrenda al Apóstol, no sintiese reparo alguno cuando acudió hace poco más de un año a la catedral compostelana a participar en el funeral con motivo de la muerte del Papa Juan Pablo II, que no era precisamente un liberado de la UPG. Puede que el gran cambio interior del señor Quintana no sea sino una banal consecuencia del ejercicio del Poder político, esa cosa que a algunos les permite convertir impunemente la soberbia en sutil arrogancia, camino de redondearla en lamentable desprecio. Los escrúpulos ideológicos que Quintana argumenta frente a la Iglesia Católica, podría haberlos aducido cuando recientemente no tuvo reparo alguno en disfrutar en aguas de Sanxenxo a bordo del yate de uno de esos millonarios que en el credo del vicepresidente de la Xunta tendría que representar el despreciable imperio del dinero, la abominable y depredadora arrogancia del Poder monetario frente al frágil y desprotegido Poder civil, cuya incontaminada pureza tanto parece defender. También podía haber ocurrido que el señor Quintana aparentase entonces actitudes falsas y que una vez conquistada su platea en el coche oficial de San Caetano, se haya gastado en peras el crédito que en su momento nos pidió para comprar manzanas. Puede que hayamos sufrido un terrible e inesperado engaño, algo sorprendente con lo que no contábamos, igual que si de repente hubiésemos descubierto que en el interior del tronco del roble que alguien plantó al lado del agua de beber, en realidad llevase años creciendo en secreto el nocivo tronco de un sediento eucalipto.

Tampoco yo soy religioso y siempre que puedo, evito los compromisos que me arrastren a la iglesia, aunque he de reconocer que más que el reiterativo y viejo ritmo de la liturgia, lo que verdaderamente me incomoda del templo es la ausencia de barman y la imposibilidad de fumar. Como periodista he tenido que cubrir actos por los que sentía rechazo, cuando no un sincero asco. Al tiempo que se acepta un trabajo, se asumen sus consecuencias, y del mismo modo que a un periodista no le está permitido elegir a su antojo la actualidad, tampoco en un vicepresidente se puede entender que escoja a capricho sus funciones, a no ser que en su soberbia se permita fomentar en la gente de la calle la idea de que el político en cuestión está hecho de la clase de infame madera de la que en caso de incendio solo merecería la pena salvar las termitas, los clavos y las llamas. Es obvio que alguien como yo no puede sentir simpatía por la clase de político que para demostrar su enfermiza pureza ideológica, sería perfectamente capaz de la soberana estupidez de darle la espalda al "Mesías" de Haendel... (Al presidente Emilio Pérez Touriño, por su entereza institucional).