El 18 de octubre de 1955 en Madrid era un día de sol otoñal; durante la mañana apenas unas pocas nubes se deslizaron a lo largo del intenso azul madrileño; al mediodía, como un presagio, el cielo se espesó; llegada ya la tarde, Ortega moría en su casa, número 28 de la calle Monte Esquinza; las nubes poco a poco se fueron dispersando. Durante la noche algunos de sus discípulos (Marías, Zubiri, Garagorri, entre otros) velan el cadáver mientras leen pasajes del propio Ortega sobre la muerte. Muere a la misma edad -72 años- en que murieron otros dos insignes españoles: Unamuno (1936) y Marañón (1960).

Días antes, como último aliento del que fuera su afán por la claridad, desde su lecho de muerte se dirige a su mujer: "Rosa, oriéntame, no veo claro lo que ocurre". Le asisten en los últimos momentos Marañón y Teófilo Hernández, que certifica su muerte.

Ortega ha muerto y la noticia corre por Madrid. Frente a ella reacciona, torpe y cicatera, la España oficial. La Dirección General de Prensa dicta normas concretas sobre el tratamiento periodístico que habría de darse al fallecimiento de Ortega: cada periódico podía publicar tres artículos, dos comentarios y una biografía, pero todos ellos habrían de poner el acento en los errores en materia religiosa; se admitía la publicación de fotografías, mas no de Ortega en vida. Sin embargo, ABC publica un número extraordinario con artículos y estudios sobre la figura de Ortega que desafían la prohibición de la censura.

Significativa fue, sin embargo, la repercusión en Alemania; se publicaron numerosos artículos necrológicos y muchas librerías llevaron a sus escaparates ejemplares de sus libros y un retrato de Ortega con crespón negro.

Zuibiri escribe: "Para don José la hora de la meditación ha terminado. Se halla ya ante la nuda realidad".

El diario católico "Ya" dice que Ortega muere reconciliado con la Iglesia. Esta noticia provoca la indignada reacción de los hijos en una carta que dirigen al entonces Ministro de Educación (Ruiz-Giménez), pero se prohibe su publicación; muchos años después, en 1975, se publicará parcialmente en ABC. En ella hacían saber que el cuidado de los tres hijos se había centrado en respetar la conciencia de quien había puesto especial cuidado de expresar su voluntad de vivir "acatólicamente"; ello no obstante, atendieron el ruego de su madre de que visitase al filósofo moribundo el agustino Félix García, quien les dijo que con su aquiescencia le había administrado la absolución sub condictione, sin poder ya afirmarse que ello lo hubiese hecho con lucidez de entendimiento.

El tratamiento oficial -entre el silencio y la manipulación- dado a la muerte de Ortega hace reaccionar a los estudiantes madrileños, que el 21 de octubre deciden rendirle espontáneo homenaje en el patio de la Universidad Central; en el acto se leen pasajes de Misión de la Universidad, La rebelión de las masas y El tema de nuestro tiempo. Terminado el acto, los estudiantes se dirigen, recorriendo varias calles de Madrid, a la sacramental de San Isidro donde días antes acababa de ser enterrado Ortega y allí depositan una corona con la leyenda "Ortega y Gasset, filósofo liberal de la juventud española"; en aquellos días, la expresión "liberal" era ya una provocaciòn al régimen. Se repiten las alocuciones; un estudiante dirige a los congregados unas palabras para lamentar la orfandad discipular y se hace un llamamiento para acudir a la cátedra aun viva que es su obra escrita.

Un mes después, el 18 de noviembre, se organiza el homenaje oficial de la Universidad que tiene lugar en el Aula Magna de la Facultad de Letras. Había "densa expectación" y "tensión anímica", como tiempo después diría el entonces Rector, Laín Entralgo. En aquellos momentos se celebraba Consejo de Ministros; Ruíz Jiménez, preocupado por lo que pudiese ocurrir, desde El Pardo sigue por teléfono el desarrollo del acto. Habla el decano, sucesor de Ortega en la cátedra, Ángel González (que enseñará una Metafísica arcaicamente tomista); además del Rector, asisten Gregorio Marañón y Garrigues, quien en su discurso pone de relieve la vocación universitaria y europea de Ortega y lamenta las causas "pequeñas, fútiles, mezquinas" que le tuvieron apartado de la Universidad en los últimos años.

Estos episodios inmediatos a la muerte de Ortega serán la semilla de una conciencia democrática que empezaba a despertar. Para José Luis Abellán, entonces joven universitario que vivió de cerca los acontecimientos de aquellos días, la muerte de Ortega supuso "un aldabonazo en la conciencia de una generación que había empezado a dar sus propias señales de vida" y el "nacimiento de una conciencia generacional". Se estaban echando los cimientos generacionales de la transisiòn. Elías Díaz habla de una nueva oposición que desde medios universitarios e intelectuales emerge desvinculada ya del hecho de la guerra civil; era aquella una generación de jóvenes que debían a hombres como Unamuno y Ortega el despertar de "las primeras preocupaciones intelectuales y también políticas inspiradas desde la razón y la libertad".

Ocurre que generaciones posteriores no tuvieron esa nostalgia discipular; antes al contrario, situados en coordenadas filosóficas e históricas distintas, emprendían otros derroteros ajenos a Ortega, quien, además de convertirse, como dirá Lledó, en campo de batalla entre detractores y defensores, fue en lo ideológico denostado a un tiempo por la derecha, torpemente crítica con él, y la izquierda, que le tuvo por exponente del liberalismo antidemocrático.

En estos dìas, y promovido por la "Fundación Ortega y Gasset", se celebra un congreso internacional que reune a especialistas nacionales y extranjeros que analizarán las condiciones actuales de pervivencia del pensamiento de Ortega. Desde luego, la ocasión de este cincuentenario parece que proporciona un distanciamiento histórico con perspectiva y sedimento suficientes para, sin gestos hagiográficos ni servidumbres panegíricas, y con la mirada ajustada por un cristalino crítico y selectivo, poder hacer balance del legado filosófico e intelectual de Ortega, máximo renovador de la vida intelectual de la España de principios del siglo XX, cuyo patriótico esfuerzo por elevar el nivel y el tono de la filosofía española (con la recepción de la filosofía alemana) y su cruzada por la modernización de una España que él quiso europea, constituyeron empresas que, en aquel momento, actuaron como fructífera fuente y centro de irradiación cultural.