La boda de dos diputados con apenas notoriedad traspasó la crónica de sociedad de sus autonomías -Cantabria y Cataluña- y se instaló en los medios de comunicación de toda España. Motivo: el novio es del PP y la novia socialista. Y si sus partidos aparecen como en guerra a muerte, por lo que se ve, es lógico que el ciudadano común se extrañe, no ya de que dos de sus miembros compartan cama, sino incluso el mantel de una merienda. Así que los medios, conocedores de esa extrañeza, han convertido estas nupcias en bonita pedagogía para que veamos cómo el amor supera toda diferencia ideológica. Pero si esta boda alcanza la condición de noticia es por lo excepcional que resulta que dos políticos de distintas siglas se casen en una España como la de hoy en la que resulta singular, si a los comportamientos públicos se remite uno, hasta el hecho de que puedan ser amigos. El ministro socialista de Defensa repite con machacona insistencia que tiene muchos amigos de derechas y que la vida es más importante que la política. Y es que en los partidos de izquierdas y de derechas que reclaman su centro, aunque a veces pierdan el norte, sus gentes llegan a veces a tener tantas cosas en común que en ocasiones se pasan de bando. Bien es verdad que si a casos recientes nos atenemos suele ser la derecha la que termina atrayendo a la izquierda, sobre todo con la edad y no siempre por amor. Meritxell y José María han coincidido por lo pronto en el altar, con lo que tienen a Dios de su parte, y quizá el amor les ahorre en estos primeros años algún debate. Luego, cuando el amor amaine y tengan que mandar los niños al colegio, tal vez se aprecien más las diferencias. O no. Quizá, para entonces, uno haya convencido al otro y coincidan los dos con san Agustín en que el amor lo entiende todo. Pero a ver de qué lado. Se admiten apuestas.