Un souvenir viene siendo el DNI de una ciudad. Los turistas que visitan París o Nueva York pueden llevarse la Torre Eiffel o la Estatua de la Libertad para colocar encima del televisor una vez llegados al hogar dulce hogar. Si uno va a Pisa no podrá evitar comprarse una reproducción en miniatura de la torre inclinada y cualquiera que viaje hasta Berlín probablemente traerá un trozo de muro pegado en metacrilato. Es necesario traer las pruebas definitivas de nuestras vacaciones para sentir que realmente las hemos disfrutado. El souvenir viene siendo la medalla de oro del deporte del esparcimiento. Si uno no trae el certificado de sus días de asueto es como si nunca se hubiera ido. Es necesario seguir viendo durante todo el año la máscara africana o el buda de la suerte en nuestras vitrinas para confirmar que una vez estuvimos en Nigeria o en El Tibet. De la misma manera que no hay forma de demostrar a nadie que existimos si no enseñamos nuestro DNI, no podremos demostrar nuestro espíritu aventurero si no mostramos el souvenir.

Por eso la cosa se está poniendo grave en esta ciudad donde los extranjeros se llevan un toro o el sombrero mexicano de toda la vida como prueba irrefutable de que han estado aquí.

-Mira, he estado en Vigo. Te traigo una folclórica con su vestido de faralaes y todo.

Parece que en los bazares de A Pedra, lo que más se acerca a un recuerdo olívico es un dedal o un cenicero con el escudo impreso. No es de extrañar, pues, que los clientes opten por llevarse cualquier otro objeto. Lo peor de todo es que por mucho que trato de exprimirme los sesos no se me ocurre un símbolo identificativo para esta urbe. A lo mejor es que, en realidad, estamos condenados al olvido.

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