Los médicos se asombraron de que uno de los habitantes de Hiroshima hubiera sobrevivido a la explosión de la bomba atómica, un agosto del que han transcurrido seis décadas. Para su recuperación, lo trasladaron a un hospital de... Nagasaki, donde falleció en el segundo lanzamiento -y último hasta la fecha- de un ingenio nuclear sobre un área poblada. El trágico azar recuerda a los londinenses que viajaban en los vagones de Metro donde estallaron los artefactos del 7-J. Para liberarse de su trauma subterráneo, varios de ellos viajaron a las deslumbrantes playas del Sinaí donde actuaron los terroristas suicidas de Al Qaeda. Dos atentados en un mes, pese a la precaución de trasladarse a cientos de kilómetros de distancia, no es más de lo que un humano puede soportar, pues los británicos sobrevivieron a ambas acciones, pero sí más de lo que en otro tiempo cabía esperar. De hecho, los turistas que se han negado a abandonar las playas egipcias, se escudan estoicamente en la ubicuidad de la amenaza terrorista. En Europa ya no estarían más seguros.

La justificación de Hiroshima consistía en que la masacre de 125 mil personas evitaría los millones de muertos que hubiera supuesto la invasión de Japón. En un anticipo de la misma lógica del modo subjuntivo -lo que hubiera sucedido en otro caso- que sustenta la catastrófica invasión de Irak, se recurrió al arma atómica de modo preventivo. La doctrina oficial establece que Truman no sólo evitó muertes de sus compatriotas, sino también de japoneses. Se trataría de un acto de compasión -la palabra favorita de Bush-, en un prodigio de distorsión de la historia. La candidez en el examen de esa matanza se reedita a diario, en el análisis de Washington sobre los acontecimientos en el Bagdad liberado, por no hablar del castigo que recayó en ambos casos sobre la población civil.

Con el Holocausto, ninguna exageración es posible, aunque la dramatización provenga de desaprensivos que ni siquiera estuvieron en los campos. En cambio, hurgar en la matanza de Hiroshima/Nagasaki no es genocidamente correcto, por mucho que la resonancia sea idéntica en la elección de un blanco fácil para desalentar al enemigo. El elemento de venganza era ya evidente en los bombardeos de Dresde y Hamburgo, pero la escala y la novedad del instrumento utilizado agrandan las interrogantes. El arma estaba todavía en fase experimental. En la primera explosión efectuada por el equipo de Oppenheimer en Nuevo México, existía el riesgo real de que la deflagración se transmitiera a la atmósfera, provocando un cataclismo planetario que incluso fue percentualmente evaluado. No puede ocultarse la ironía de que el físico norteamericano diera a la prueba el nombre de Trinity. Por un lado, la unión de las personas de la divinidad. Por otra, la fusión de los tres estados de la materia.

La extirpación de cualquier crítica en el análisis de Hiroshima, obligó a los historiadores estadounidenses a protestar ante la visión unilateral -otro término consagrado en Irak-, impuesta por asociaciones extremistas como la Legión Americana. La alianza de la ceguera con el necroperiodismo propiciaba la situación irreal de que se pueda compartir el dolor de las víctimas japonesas de Hiroshima/Nagasaki, si bien los americanos integristas les niegan incluso esa condición, pero sin asignarles un verdugo. Ello ocurre no obstante la procedencia irrefutable del Enola Gay, en cuya misión de vuelo del seis de agosto figuraba la sucinta instrucción "Drop the bomb" -"Soltar la bomba"-.

La acumulación de la guerra preventiva desde hace por lo menos sesenta años, y hasta extremos tan drásticos como la utilización del arma atómica contra la población civil, debiera garantizar en la actualidad la paz planetaria que visionarios como Tolstoi habían anunciado para el 2000. Cabe preguntarse cuándo dejarán de ocurrir desastres que deberían estar amortizados por su prevención intensiva. Hiroshima fue tan preventiva que existe un cierto consenso en que fue lanzada en realidad sobre Moscú. Truman quería dar un aviso a Stalin, sobre la supremacía en el mundo que seguiría a la Segunda Guerra Mundial. En el terreno de los desastres provocados para evitar presuntos males todavía mayores, por lo menos cunde la evidencia de que Hiroshima acortó la campaña del Pacífico. En cambio, nadie está ya en condiciones de afirmar adónde conduce el atajo sangriento de Irak.