El retrato de los muertos formó parte fundamental en la fotografía de mediados del siglo XX. La emigración de la Galicia interior propició el auge de un mercado que hoy sorprende, pero que se hacía necesario. En O Morrazo surgió para hacer frente a la demanda de los pescadores de altura y a los requerimientos de empresas aseguradoras. Los profesionales de la fotografía tenían que esquivar la náusea para hacer frente a estos tétricos encargos, fruto de la necesidad de comunicar al hijo que se encontraba al otro lado del Atlántico que su padre, madre u otro familiar habían muerto. Son las fotografías que la película de Alejandro Amenábar "Los otros" haría famosas.

Uno de estos profesionales que hicieron innumerables guiños a la muerte es José Gayo Rouco, natural de Moaña y conocido como Pepe de Gharocas. Ya fallecido, es su hijo, José María Gayo Núñez, quien recuerda a su padre retratando a la muerte. Afirma que hasta un día le mandó sonreír –por aquello de la costumbre– cuando estaba subido a una escalera y su cámara encuadraba la figura de un cadáver en un ataúd. "Se trataba de un trabajo bastante habitual. Fui numerosas veces con mi padre a cumplir estos encargos. Por lo general eran fotografías de las esposas o hijos de algún marinero de alta mar. Las comunicaciones de antes no eran las de ahora y la fotografía del cadáver era la única forma de dar testimonio del fallecimiento", señala José María

En las décadas de los 50 y 60 la mortalidad infantil era muy elevada y gran parte de los encargos que recibía José Gayo Rouco estaban encaminados a fotografiar a los hijos fallecidos. "En vida se les había olvidado o no habían tenido tiempo de retratarlos, así que pedían a mi padre que acudiese a la casa para que sacara una instantánea para recordarlos. A veces solos, y otras en compañía de sus padres. Incluso recuerdo que en varias ocasiones sacamos fotografías de toda la familia con el fallecido", rememora. En este caso, la persona muerta era generalmente el cabeza de familia. "Aún tengo grabada en la memoria la imagen de mi padre subido a una escalera para fotografiar al muerto en su ataúd".

Emigrantes

La emigración puso de "moda" otros encargos. Cuando el trabajador moría en Moaña, Cangas o Bueu, la empresa para la que trabajaba en el país de acogida encomendaba a los fotógrafos de la comarca verdaderos reportajes del funesto acontecimientos. " Era por una cuestión del seguro. La funeraria que se encargaba del entierro contactaba con mi padre para que hiciera un amplio reportaje, no solo con fotografías del muerto, sino de todo el recorrido del cortejo fúnebre, desde la casa del fallecido hasta el cementerio. Recuerdo ir más veces de lo que quisiera con mi padre haciendo el trayecto a pie desde Moaña hasta el cementerio".

Con el paso del tiempo variaron los hábitos sociales y estos encargos que hoy parecen macabros fueron desapareciendo. Surgen muy de vez en cuando, pero por razones muy concretas. Hoy este tipo de fotografías son un género en sí mismas y hay quien las conserva, ya no solo por su valor sentimental, sino también por su valor artístico. Hay incluso coleccionistas. El retrato de la muerte es parte de esa España en blanco y negro.