Como tantas cosas en el año de la pandemia, la celebración del 75 aniversario de Naciones Unidas quedará, por fuerza, en un asunto austero y, por primera vez en su historia, prácticamente virtual. No es solo el coronavirus, no obstante, el motivo que impone la contención en los actos que, con jefes de Estado participando a distancia, se celebran hoy en la sede de Nueva York, punto de partida para el debate de la Asamblea General y las reuniones de alto nivel que, de forma casi exclusivamente telemática (con solo un embajador por país físicamente en el hemiciclo), arrancan mañana. La organización establecida en 1945 en la Conferencia de San Francisco tras dos guerras mundiales ha llegado al señalado cumpleaños bajo las luces de logros innegables, pero también bajo dos oscuras sombras: la de la ineficiencia y, peor, la de la irrelevancia.

Sirve para ejemplificar la situación la declaración que los 193 países miembros acordaron adoptar para conmemorar el aniversario. El texto solo se logró después de largas y pesadas negociaciones, tras batallas por el lenguaje usado para abordar cuestiones como la necesaria e improbable reforma de un Consejo de Seguridad anclado en un formato que no responde a un mundo completamente distinto al de 1945, el Acuerdo del clima de París o los derechos humanos. Acabó siendo, en palabras de un diplomático, "buen reflejo del terreno de mínimo común denominador que hay en la organización". O "cuatro páginas de tópicos", como más contundentemente lo define a Efe Peter Weiss, profesor de la Universidad de la Ciudad de Nueva York.

Pandemia planetaria

La pandemia ha dejado de manifiesto, precisamente, las dificultades de la ONU para hacer frente a una crisis planetaria, una debilidad que es también dolorosamente evidente ante la emergencia climática. Meses tardó el Consejo de Seguridad en respaldar la llamada a un alto el fuego global que el secretario general, Antonio Guterres, ya hizo en marzo y va a renovar esta semana. Con cada país sometido a las presiones económicas que acompañan al covid-19, solo hay compromisos para aportar una cuarta parte de los 10.000 millones de dólares que el portugués fijó como meta para ayuda de emergencia a los más necesitados.

En un mundo en el que para finales de año se calcula que habrá 250 millones de personas afectadas por el hambre extrema, las cuatro primeras hambrunas de la pandemia ya amenazan Yemen, Sudán del Sur, Nigeria y la República Democrática de Congo. Y la incapacidad de coordinar esfuerzos entre países ha lastrado una respuesta que podría haber sido más efectiva, algo que ahora se urge a corregir, especialmente ante la amenaza de la segunda ola y en el trabajo con la vacuna, que Guterres insiste en que debe ser "un bien público global", "asequible y disponible para todos".

En todo laten otros retos que enfrenta la ONU en este momento del 75 aniversario: de conflictos abiertos como los de Yemen, Siria y Libia a la multiplicación por dos del número de desplazados forzosos en la última década, pasando por los problemas presupuestarios y de financiación o un gris horizonte para los diecisiete Objetivos de Desarrollo Sostenible, un programa del que no solo doce puntos van retrasados sino que en algunos casos incluso se está retrocediendo, incluyendo en temas de género.

En nada ayuda el embate creciente de una ola de nacionalismos desatados y un alejamiento del multilateralismo cuyo máximo exponente son los Estados Unidos de Donald Trump, para colmo inmerso ahora en una nueva guerra fría con China, que se deja sentir fuera y dentro de la ONU. Por un lado, Trump, que finalmente ha decidido intervenir también por vídeo este año, lidera una amplia retirada. El presidente estadounidense promueve un amplio repliegue que abarca la Organización Mundial de la Salud, el Acuerdo de París, el Consejo de Derechos Humanos, la agencia que ayuda a refugiados palestinos, sin olvidar su cruzada contra el Tribunal Penal Internacional o el cuestionamiento de las contribuciones de 9.500 millones que hacen de Washington principal financiador del organismo. Y esa retirada deja vacíos que Pekín trata de aprovechar para avanzar hacia posiciones de liderazgo internacional.