El 23 de febrero de 1945, Joe Rosenthal, fotógrafo de origen ruso-judío nacido Washington, fotografió durante la batalla de Iwo Jima a cinco marines y un médico de la Armada clavando la bandera de Estados Unidos en la cima del monte Suribachi. La foto, tomada con una aparatosa cámara Speed Graphic, es una de las instantáneas icónicas más importante de la historia.

Menos de 24 horas después de lograda, la foto de Rosenthal ya era primera página en Estados Unidos y al poco en Europa y lo que es más importante: el símbolo de lucha, honor y victoria que enorgulleció al pueblo norteamericano. Pero la foto no sólo causó profunda impresión en Estados Unidos. Aquella imagen procedente de una remota isla del Pacífico cruzó el Atlántico y llegó a Moscú, donde impactó en Iósif Vissariónovich Stalin, que de inmediato quiso para sí, para la Unión Soviética y para su temible Ejército Rojo, una alegoría tan impresionante, si no más, que la de la bandera plantada en Iwo Jima.

La delicada y difícil misión de crear una escena con una carga emocional y simbólica que pudiese representar el triunfo soviético sobre el nazismo y competir con la de Iwo Jima recayó en el genial fotógrafo Yevgueni Jaldéi, un ruso (judío como Rosenthal) que, paradójicamente, usaba para su trabajo una cámara Leica, o sea alemana, obra del enemigo. Jaldéi era de la localidad de Yuzovka, en la antigua URSS, ahora Donetsk, en Ucrania.

Jaldéi explicó -mucho después de lograr su propósito- que le ordenaron acudir a Berlín para que la capital germana fuera el escenario de la deseada foto, y que viajó cuando sus camaradas todavía luchaban encarnizadamente contra los últimos resistentes alemanes en una batalla en la que se peleaba casa por casa, calle por calle, aunque la foto la tomó con Berlín ya rendido.Hay fotos de Jaldéi buscando localizaciones esa mañana del 2 de mayo en Berlín y una filmación que podría entrar en contradicción con la versión de que el fotógrafo se encontró casualmente a los soldados

Como quiera que el objeto de deseo de Stalin radicaba en la bandera y no había tiempo para más, Jaldéi optó por llevarse consigo una enseña confeccionada a toda prisa con tres manteles rojos sobre los que, mal recortados y peor cosidos, lucían la estrella de cinco puntas y la hoz y el martillo. Berlín, la Leica y la bandera eran los ingredientes con los que Jaldéi tenía que lograr epatar a Stalin y de paso al mundo entero.

En Berlín, el teatro para la foto, el Ejército Rojo combatía desde mediados de abril, y tras una quincena de días de resistencia germana la ciudad comenzó a caer definitivamente a la 1 de la madrugada del 2 de mayo de 1945, que es la hora en la que el general alemán Weid¬ling -sustituto del fallecido general Krebs- envió su propuesta de rendición incondicional al soviético Vasili Chuikov, jefe del Segundo Frente Bielorruso. Hitler se había suicidado en su búnker el 30 de abril.

Amanecía en Berlín cuando las tropas soviéticas lanzaron el asalto a la Cancillería del Reich, el Reichstag, pero para entonces la resistencia alemana ya era francamente nula. Weid¬ling rindió Berlín a las 8.45 horas de la mañana de aquel 2 de mayo y ordenó por radio a los defensores que aún resistían por su cuenta que depusieran las armas, una orden que condujo al suicidio de algunos soldados del III Reich.

Jaldéi se puso manos a la obra y buscó localizaciones. Hay fotos suyas de aquella mañana en las que la célebre bandera se ve en manos de dos soldados que tienen la puerta de Brandemburgo de fondo y en las que se percibe un Berlín plagado de heridas de guerra. Hay otra en el mismo lugar de un carro de combate pasando frente a la puerta. Pero las fotos carecen del dramatismo buscado, así que el fotógrafo también se pasó por el aeropuerto de Tempelhof con un resultado artístico que le decepcionó, pese a que en sus inmediaciones captó la impresionante instantánea de una familia hambrienta despellejando un caballo muerto.

El fotógrafo siguió su periplo hasta que llegó al Reichstag. El edificio mostraba en sus paredes la violencia de la batalla. La idea surgió de inmediato. Una bandera roja en la Cancillería del Reich sólo podía interpretarse como la imagen del triunfo de unos y la derrota de los otros.

Historia de la instantánea

La intrahistoria de la imagen, que ciertamente se acabaría transformando en icono, es realmente curiosa. La foto se tomó sobre el tejado de la Cancillería el 2 de mayo de 1945 cuando ya habían cesado los combates. Según relataron testimonios de la época, en esas horas, todavía se escucharían disparos aislados y los gritos de las mujeres violadas por soldados de un ejército vencedor no demasiado -por así decirlo- respetuoso con los prisioneros ni las pertenencias materiales de los muertos.

Sobre el tejado destrozado por los combates, una decena de soldados rusos se aprestaron a ayudar a un compañero a que se subiera con la bandera a una ornamentación de un par de metros de altura situada al borde de la fachada. Le sujetaron mientras se empinaba hasta alcanzar la cúspide, en una posición realmente precaria con evidente peligro de caída. Un camarada con gorra de plato fue el que más ayudó. Cuando la enseña se desplegó, Jaldéi disparó su cámara encuadrando también otras dos desdibujadas figuras humanas situadas al borde de la fachada y sobre Berlín acrecentando el dramatismo buscado.

Cuando revelaron las fotos en Moscú, los propagandistas no quedaron satisfechos, se retocó la foto para darle dramatismo y borrar un reloj, fruto de la rapiña seguramente

Misión cumplida, pero a medias. Cuando el carrete se reveló en Moscú emergieron varios problemas detectados por los censores soviéticos. La ciudad aparecía inerte, fría, como si la guerra fuera cosa de un lejano pasado. A Berlín le faltaba algo, y al mismo tiempo le sobraba un reloj al soldado de la gorra de plato, que claramente portaba dos, uno en cada muñeca, producto del saqueo. No obstante, de ese feo detalle no se dieron cuenta hasta un mes más tarde.

La foto no satisfacía a los censores, de modo que se añadieron dos gruesas columnas de humo en el horizonte que reforzaron el dramatismo y la incierta afirmación de que aún se combatía en Berlín en el momento de tomar la fotografía. Un carro de combate T34/85 con bandas blancas, que se vislumbra en la parte inferior, aumentó un grado más la sensación de combate.

Era perfecta, pero la observación del detalle de los dos relojes la estropeó. Entonces Jaldéi, con gran paciencia, rascó el negativo con una aguja para borrar el reloj de la muñeca derecha del soldado. Toda la escena se oscureció un poco más hasta que por fin se logró el objetivo épico marcado por Stalin: los soviéticos ya tenían su icono a lo Iwo Jima, la toma de Berlín.

Lograr una foto histórica no es a priori garantía de éxito y de futuro, y menos con Stalin. Así que Jaldéi, probablemente víctima del notorio antisemitismo del dictador soviético -y en contraposición a su colega norteamericano Rosenthal, que recibió todo tipo de honores y premios el resto de su vida-, pasó al ostracismo, aunque siguiera trabajando hasta mediados de los años sesenta del siglo pasado en la agencia de prensa soviética TASS y eventualmente para el diario Pravda.

Su reconocimiento mundial por sus impactantes fotos de guerra, por sus imágenes del proceso de Nuremberg y la instantánea de la bandera sobre la cancillería en Berlín no llegó hasta 1991 con la caída de la Unión Soviética. El fotógrafo murió en Moscú el 6 de octubre de 1997, con 80 años y reconocido, al menos entre los profesionales y los estudiosos de la fotografía en tiempos de guerra, como uno de los grandes de la imagen bélica de todos los tiempos.