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El vigor de los clásicos

Un libro de Nuccio Ordine aplica las enseñanzas de los clásicos de la literatura a la vida contemporánea

Algunos clásicos, en ilustración de Xulio Formoso. | // FDV

Dice Jorge Luis Borges (“Sobre los clásicos”) que clásico es aquel libro que una nación o un grupo de naciones o el largo tiempo han decidido leer como si en sus páginas todo fuera deliberado, fatal, profundo como el cosmos y capaz de interpretaciones sin término. Un clásico no es un libro que necesariamente posee tales o cuales méritos, sino el que las generaciones de los hombres, urgidas por diversas razones, leen con previo fervor y con una misteriosa lealtad. Una de las principales características de una obra clásica es la vigencia de sus planteamientos a lo largo de la historia, su significado atemporal.

En literatura siempre que se habla de clásicos se hace referencia a obras protagonizadas por personajes que el tiempo ha convertido en mitos y cuyas ficciones se interpretan como ensayos. Desde Gilgamesh a don Juan, pasando por Ulises, Edipo, Antígona, don Quijote o Aureliano Buendía, los clásicos ofrecen interpretaciones para entender mejor la vida sea cual fuere la contemporaneidad en la que se desarrolla su lectura.

Pedagogía de la literatura

Nuccio Ordine es un profesor de la Universidad de Calabria que en sus clases utiliza el método pedagógico de leer fragmentos de obras literarias para despertar en sus alumnos interés por la lectura completa del libro seleccionado. Ese texto lo aplica después a un tema actual relacionado con el contenido de la obra e incita a sus alumnos a reflexionar sobre asuntos que atañen a sus intereses. Este método es el que el profesor ha trasladado a las páginas de “Sette”, el suplemento literario del diario “Corriere della Sera” entre septiembre de 2014 y agosto de 2015 cuyos artículos ha recopilado en dos volúmenes, “Clásicos para la vida” y el reciente “Los hombres no son islas”, ambos publicados por Acantilado.

Para el profesor Ordine las grandes obras literarias no deberían leerse para aprobar el examen sino por el placer que producen y para entender mejor el mundo. Si en la introducción de “Clásicos para la vida” criticaba el actual sistema educativo y su fracaso para formar ciudadanos libres, cultos y capaces de razonar de manera crítica y autónoma, en la de “Los hombres no son islas” la crítica está dirigida a la mercantilización de la Universidad, que da prioridad a la inserción en el mercado de trabajo antes que a la transferencia de conocimientos. Atribuye este fracaso a que actualmente las enseñanzas clásicas (la literatura, pero también la filosofía, el latín o el griego) se han sustituido por pizarras electrónicas, tabletas y teléfonos móviles que no han demostrado apenas mejora alguna en la educación de los estudiantes y en su capacidad de aprendizaje y formación crítica, y que únicamente han tenido, eso sí, un fuerte impacto en el volumen de negocio de los fabricantes de estos artilugios y de sus programas. Sostiene Nuccio Ordine que para transformar la información en conocimiento un buen libro es mucho más seguro que un viaje por la red.

Sobre la cultura lamenta que los libros ya no ocupen un lugar de honor en la formación de los ciudadanos y que sus éxitos se midan exclusivamente en parámetros económicos y mediáticos. Así, en una exposición preocupa más el número de asistentes o la recaudación que la forma en que las obras hayan podido influir en los visitantes para reflexionar sobre los temas evocados por el artista. Critica que la sociedad ceda a las presiones de los detentadores del poder y a su hostilidad hacia la cultura, resumida en que “con la cultura no se come”.

Tanto en “Clásicos para la vida” como en “Los hombres no son islas” Nuccio Ordine selecciona cincuenta textos clásicos (no se asusten, son sólo fragmentos muy cortos, apenas unas líneas de cada uno de ellos) que le sirven de apoyo para reflexionar sobre problemas contemporáneos. Siguiendo el planteamiento desarrollado en la introducción, cada uno de los capítulos es una lección sobre temas que preocupan a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo, teniendo como objetivo mostrar que los hombres no son islas, es decir, que los seres humanos están ligados entre sí, que la humanidad es un continente unido y que todo lo que se hace por los demás redunda en uno mismo. Para ello estudia obras literarias que muestran estos principios, como “Las olas” de Virginia Woolf (las olas son masas individuales que forman parte de un mismo océano), los “Ensayos” de Montaigne (“considero a todos los hombres compatriotas míos”), “Rey Lear” de Shakespeare (“vivir ignorando a los indigentes significa cometer una terrible injusticia”), “Viaje alrededor de mi habitación” de Xavier de Maistre (“en esta ciudad, donde todo respira opulencia, una multitud de desgraciados duermen a la intemperie”), “¿Qué hacer?” de Tolstoi (“sólo viviendo para los demás podemos vivir para nosotros mismos”), “El principito” de Saint-Exupéry (“podemos llegar a ser mejores sólo con que vivamos para alguien”) y otras de Walt Whitman, Cicerón o Saadi de Shiraz, el clásico medieval cuyos versos están esculpidos en el palacio de Cristal de la ONU (“La raza humana se compone/ de hombres creados de la misma fuente”).

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