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Una joya de proyecto

El arte de formarse para enseñar

Jóvenes de El Salvador, Chile y Honduras aprenden de la orfebrería local para crear nuevos proyectos ligados a la cooperación y el desarrollo en sus países de origen

Alumnas en la Escuela técnica de joyería del Atlántico. PABLO HERNANDEZ GAMARRA

Es verano y, aunque el curso todavía no ha empezado, la Escuela Técnica de Joyería del Atlántico está abierta. Dentro, en uno de los talleres que alberga este particular espacio, se percibe ilusión desde el minuto uno. Entre rudas herramientas y delicadas alhajas, cuatro chicas han sido reunidas allí por Carlos Pereira, director del centro, para contar su experiencia: todas describen su viaje como positivo e inspirador. Llegaron de El Salvador, Chile y Honduras hace casi un año y han encontrado aquí, en Vigo, una ciudad que se ha vuelto su segunda casa. 

La radio suena hasta que comienza la conversación. Cuentan que están allí para aprender el oficio de la orfebrería. También que tras formarse volverán a sus respectivos países para compartir ese conocimiento entre quienes no han tenido la suerte, llamémoslo mejor oportunidad, de venir a España como ellas. Saben, nunca mejor dicho, que cada minuto vale oro, y están dispuestas a exprimir ese tiempo para que sus futuras generaciones puedan recibir una educación especializada en esta disciplina sin la necesidad de saltar, como valientemente lo han hecho ellas, al otro charco. 

Una de las alumnas que está aprendiendo el arte de las joyas. PABLO HERNANDEZ GAMARRA

El objetivo de Rebeca Tovar, Adriana Gutiérrez, Daniela Tamallo y Ana Cristina Lozano es transparente y común. Las muchachas, que se han visto empujadas voluntaria e involuntariamente a tener que dejar su estabilidad para venir a aprender un trabajo que en sus naciones se torna inaccesible, hablan de los retos que conlleva esta aventura. Comentan además lo felices que se sienten en la urbe. Aún les queda un 2023 cargado de lecciones y prácticas antes de lanzarse con los proyectos que (las) devolverán a sus tierras.

Todas están aquí gracias a la Beca Talento Atlántico, como parte de un programa que partió en 2018 con la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), el Ministerio de Industria de República Dominicana y la Escuela de Organización Industrial (EOI). La revulsiva iniciativa ligada a la formación comenzó en el país que tiene a Santo Domingo por capital, a unos 40 kilómetros de Haití, donde se seleccionó a tres jóvenes de complicada inserción laboral y escasos recursos para iniciarse en el mundo de las joyas.

Alumnas en la Escuela técnica de joyería del Atlántico. PABLO HERNANDEZ GAMARRA

Fue un completo éxito. De esos muchachos, que ya finalizaron su aprendizaje, uno está dando clases en una escuela de taller de aquella región. Ahí se encuentra la única mina de larimar −una piedra preciosa característica de ese área− y su idea es crear bisutería y complementos para vender a los turistas y generar economía en la zona. Respecto a los dos restantes, un chico está levantando su propia empresa y la otra chica ha acabado regresando a Europa y actualmente está trabajando en la francesa Estrasburgo.

“El proyecto va bien. Cada año se presentan 60 o 70 personas de América Latina y las candidatas, de la primera hasta la última, tienen muchas ganas”, explica Carlos Pereira. Según destaca, en las entrevistas buscan que tengan un perfil creativo y artístico −pues a nivel educativo aceptan a gente con diversa clase de estudios, desde Bachillerato hasta ciclos o carreras− y el objetivo, resalta sobre el grupo actual, es formarlas un tiempo más y a partir de ahí que ellas puedan volver a sus países para enseñar a los colectivos desfavorecidos, montar sus negocios y tejer “una red de artistas artesanos de joyería” con los demás alumnos becados que vayan completando los cursos (incluso a lo mejor ellas, más adelante, serán quienes seleccionen a los futuros aspirantes). 

Trabajo en detalle llevado a cabo en la Escuela Técnica de Joyería del Atlántico. PABLO HERNANDEZ GAMARRA

En este punto, el responsable del centro incide en que cuentan con apoyo en algunos de los países, como por ejemplo del Banco Interamericano del Desarrollo y otros organismos internacionales, pero hace falta que las administraciones españolas (se refiere indistintamente al Concello, la Diputación, la Xunta y el Gobierno) pongan de su parte.

 “En total llevan participando 15 personas en esta iniciativa y no podemos hacer mucho más porque realmente no tenemos más patrocinio”, señala en este sentido, evidenciando que les gustaría “abrir el abanico a más países” aun reconociendo que “es muy complicado”. De momento, la Beca Talento Atlántico ya se ha extendido a El Salvador, Honduras y Chile, además de Panamá, y ahora buscan acercarla hasta el continente asiático.

“En el taller hemos aprendido no sólo cosas a nivel académico o técnico sino hasta la manera de relacionarnos con la gente de nuestro alrededor”, explica Rebeca Tovar, salvadoreña que supo de esta oportunidad a través de una organización de artesanos de Santa Tecla. Vinculada a la cerámica, hace hincapié en que una constante del grupo en el que se encuentra es que todas han trabajado en programas de prevención de violencia a través del arte en zonas de riesgo de sus países. 

Una de las muchachas trabajando en su proyecto. PABLO HERNANDEZ GAMARRA

“Lo que vamos a acumular acá es suficiente aprendizaje como para poder compartirlo cuando estemos de vuelta”, afirma. De la misma opinión es Adriana Gutiérrez, en su caso especializada en contabilidad y finanzas que viene de una familia de tres generaciones de joyeros. “Creo que todas estamos de acuerdo en volver y poder devolver lo aprendido”, señala, indicando que “es importante enfocarse en las mujeres porque es un grupo social que está bajo mucho riesgo”. 

A Daniela Tamallo, chilena que estudió turismo aerocomercial, su participación en diferentes colectivos y movimientos sociales y territoriales la llevó a Vigo. Con la meta de “regresar para enseñar”, la joven reconoce en el arte un mundo y aquí ha tratado de perfeccionarse. Junto a ella, Ana Cristina Lozano, arquitecta hondureña muy ligada desde pequeña al diseño por influencia de su madre, comenta que esta experiencia les está ayudando a tener una visión más amplia de la creatividad y el oficio. Quiere regresar para seguir colaborando con etnias minoritarias, mediante proyectos “en los que pueda transmitir a esas poblaciones cómo hacer joyería con los recursos que tienen”. 

Lo dice en ese aula, donde todas se sinceran sobre su estancia en la ciudad. Allí hay tiempo para las bromas y el apoyo mutuo. Pese a que provengan de distintos países, con diferentes culturas, se enfrentan a un reto común. Por delante les queda mucho futuro: trabajos alternativos que emplean cuernos de vaca, proyectos con inspiración de otros artistas −como Alexander Calder− o la corona de Miss Universo Galicia reflejan un extraordinario nivel que las llevará a lo más alto.

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