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Isaac, un ghanés que llegó a Vigo como MENA: "No queremos problemas, queremos trabajar para cuidar a nuestras familias"

Isaac, en Vigo

Cuando Isaac vivía en su país natal, en la República de Ghana, escuchaba las historias de los que habían emigrado a Europa y vivían para contarlo. Enviaban dinero a sus familias y sus vidas cambiaban. “Yo no soy adulto, pero también voy a luchar. Si él no murió de camino, yo también puedo”. Eso fue lo que pensó antes de que, en abril de 2005, con 16 años, se metiera como polizón en un barco que navegaba de Costa de Marfil a Vigo. En los 26 años que tiene la Asociación de Iniciativa Social Berce, por sus instalaciones de la ciudad olívica han pasado alrededor de 60 menores extranjeros no acompañados como él. Desde el colectivo destacan que son casos muy excepcionales –el 1%– los que han ocasionado algún conflicto y resaltan que llegan con ganas de aprender y trabajar. Como Isaac: “No venimos a buscar problemas. Venimos a buscarnos la vida para cuidar a nuestra familia”. Él lleva 14 años empleado en la construcción, en la industria del caucho, como panadero... Con un hijo nacido en el Álvaro Cunqueiro y otro de camino, ahora persigue la nacionalidad.

Según cuentan desde el colectivo, buena parte de los MENA que llegan a Vigo siguen un patrón muy similar: ya vengan de África –la gran mayoría– o de otros continentes –alguno de China o Europa–, la mayoría son introducidos por mafias en pateras, en barcos de carga o a través de aeropuertos con pasaportes falsos y traen con ellos una deuda. En la historia que narra Isaac no hay rastro de estas organizaciones criminales. Aunque, si hubieran tenido algo que ver, tampoco las habría nombrado. Les infunden tanto miedo con amenazas sobre sus familias que no lo reconocería ni décadas después.

Isaac cuenta que solía estar por el puerto para “buscar comida” y hablaba con marineros extranjeros. “Alguno te busca, te coge como compañero para salir y que le enseñes la calle”, explica. Señala que subían a los barcos de noche, cuando la tripulación dormía, para comer. Una de las noches se quedó escondido allí con otro chico. La decisión de marcharse fue “durísima”. “Mi padre es pintor, cuando no tiene trabajo, ¿cómo comemos? Pensé: Soy pequeño, pero voy a salir, da igual lo que pase”, expone.

Isaac, con su hijo en Vigo

Fueron 9 días de travesía entre enormes troncos de árbol con etiquetas que ponían “Vigo”. A él no le sonaba de nada, pero le daba igual. Esperaban a que los marineros durmieran para coger agua y comida. No era fácil. Cuenta que ya habían pillado a muchos amigos colocando pintura fresca en la zona de la cocina. A ellos no los descubrieron hasta llegar a puerto, en Bouzas. Salieron de su escondrijo cuando el barco se quedó en silencio. Pensaban que no había nadie y el eco les jugó una mala pasada. Un tripulante les escuchó y les buscaron. Recuerda que se pasaron los dos días siguientes en un calabozo del buque hasta que vino la policía.

“Europa está muy guapa, Vigo es grande, va a ser un buen sitio”, decían viendo por primera vez la ciudad desde el coche patrulla. Les llevaron a comisaría y al hospital. Allí les sometieron a una prueba radiológica que, con cierto margen de error, calcula la edad. En Berce cuentan que, en los casos en los que llegan con mafias, estas les instruyen en que tienen que alegar que no son adultos para que no les deporten. La radiografía de Isaac estimó que no alcanzaba los 18 años. Él no sabía qué papeleo estaba tramitando la Policía. Cuenta que una agente le dijo que preparaban su regreso a África y decidió darse a la fuga. Con la ayuda de “compatriotas” que encontraron por la calle, llegó a un hogar de acogida de Marín en el que fue detectado por las autoridades tras “un chivatazo”. Una abogada de oficio “de corazón bueno” resolvió su situación: “No te preocupes, no te pueden mandar a tu país”, le tranquilizó.

Y así fue. Primero estuvo en el Centro Príncipe Felipe,en Pontevedra, y luego en Berce. Con ellos aprendió castellano e hizo un curso de construcción con el que ganó sus primeros ingresos, que le sirvieron para independizarse cuando cumplió los 18. Pasó por una empresa de caucho y luego recorrió media España con otra de instalación de paneles en fachadas. La crisis económica le dejó en la calle y tuvo que pedir ayuda. No tardó en encontrar empleo de soldador, para después aprender el oficio de panadero. Tras cinco años, la pandemia volvió a dejarle en paro, aunque con la esperanza de recuperar este trabajo cuando la hostelería vuelva coger ritmo. Mientras, trabaja en una fábrica en Vic. Espera volver pronto, antes de que nazca su segundo hijo. En Vigo le espera su mujer y su pequeño.

Lamenta la imagen que algunos dan de los MENA en España. “No queremos problemas con nadie”, asegura. “Luchamos para salir de África para poder vivir”, insiste y explica que, cada mes, envía dinero a su madre “para que mi hermana vaya al colegio”. Su lucha actual es conseguir el pasaporte, tras 16 años en España. Habla castellano sin problema, pero le cuesta algo más escribirlo. Pide al Gobierno que tenga en cuenta situaciones como la de él y facilite su nacionalidad. “Me encantaría ser español”.

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