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Lolín

María Dolores Castro Nieto (Lolín) ha sido durante 58 años mi esposa, tiempos de felicidad y de compañía, sin los cuales no hubiese alcanzado las metas que me propuse en la vida pues ella, con evidente humildad, siempre quiso que el protagonismo fuese mío y así, bajo su sombra protectora, nuestra unión fue perfecta.

La compañía de Lolín fue ejemplar en las reiteradas operaciones que tuve de la vista, en Vigo, Gante y Barcelona, aguantando las horas de dudas y cuidándome en las recuperaciones. Gracias a ella, y al acierto de los médicos, conservo la vista.

Lolín era una mujer muy religiosa y mientras sus fuerzas se lo permitieron asistió todos los días a misa. Cuando nuestros hijos eran pequeños iba a primera hora de la mañana, lo que le permitió ejercer, más de una vez, de buena samaritana. En una ocasión encontró tirado en la calle a un hombre con un coma etílico, que vomitaba y temblaba, se bajó del coche y logró llevarlo al hospital. Otra vez fue con un sin techo que yacía en la acera sangrando y, de igual forma, lo trasladó al hospital.

Que Lolín fuese bondadosa y servicial con sus padres era lógico, y por ello los atendió en los días felices y en los más duros de las convalecencias de sus operaciones. Esa atención y preocupación la tuvo siempre con nuestros cuatro hijos, de los que nos sentimos muy orgullosos, pues son serios, trabajadores y honrados y qué decir de los ocho nietos, que consideramos la corona de nuestro matrimonio. Pero ya no es tan lógico que usase igual bondad y servicio con mi madre, su suegra, con quien hablaba todas las noches para contarse lo cotidiano, pedir ayuda o consejo. Por ello mi madre decía que Lolín era una paloma sin hiel, el mejor elogio que una suegra puede hacer a su nuera.

En ocasión es, le decía que yo tenía que irme antes por ser de más edad, a lo que rápidamente me contestaba que ella se iría cuando Dios quisiera, como Dios quisiera y donde Dios quisiera. Tres supuestos que en ella se cumplieron, ya que primero le llegó el cáncer, cuyas sesiones de quimioterapia y radio las recibió sin ninguna queja. Más adelante, unos días antes de fallecer, se confesó, comulgó y recibió la unción de los enfermos. Finalmente, murió como ella quería, en casa rodeada de toda la familia, con desenlace muy rápido, ya que solo en la mañana del martes 15 de diciembre se presentaron síntomas alarmantes, para esa misma tarde quedarse tranquila, respirando tan suavemente que creímos que estaba dormida y así, sin el menor gesto, sin el menor dolor, se quedó como mueren los santos. Su muerte nos partió el corazón y nuestras lagrimas son de dolor, pero también de felicidad pues sabemos que está en el cielo.

Escribo esta in memoriam para ratificar mi amor por Lolín y, además, para dar las gracias, al personal de hematología del Hospital Álvaro Cunqueiro, al FARO DE VIGO por su recuerdo y a todas las personas y entidades que nos acompañaron en horas tan duras con su presencia, sus correos, cartas, llamadas telefónicas y sus oraciones. ¡Gracias!

* Presidente honorífico de la Asociación de Amigos de los Pazos

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