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El horror del Órbigo, 40 años después

Uno de los alumnos supervivientes del accidente de autobús que segó la vida de 45 estudiantes y tres profesores del colegio Vista Alegre y del conductor rememora para FARO los hechos

Roberto García, superviviente del accidente del río Órbigo. // J. Lores

Cuarenta años después, Roberto García Martínez, aún siente respeto al pasar con el coche por encima de un puente. El 10 de abril de 1979 fue uno de los nueve alumnos del colegio vigués Vista Alegre que, junto a un soldado, lograron sobrevivir al accidente de autobús en el que perecieron otros 45 estudiantes, tres profesores y el conductor en las aguas del río Órbigo. La ciudad se sumió en un doloroso luto. Uno de los mayores de su historia.

Roberto hace para FARO el esfuerzo de recordar los acontecimientos que vivió ese Martes Santo. Él tenía doce años, solo llevaba dos en Vigo y se había apuntado a la excursión adelantada de fin de curso de los mayores -dos años más- porque habían quedado plaza vacías. No era el más pequeño, pero casi. Ya estaban de regreso a Vigo, tras visitar Madrid y Toledo. Acababan de comer en Benavente y poco después de las cuatro de la tarde, solo a cuatro kilómetros de arrancar por la antigua carretera 650, en el puente de Santa Cristina de la Polvorosa (Zamora), se produjo la tragedia.

"Testigos presenciales indican que el autobús golpeó con la parte trasera derecha contra la barandilla del puente, quizá por ceñirse demasiado la curva. El vehículo se desvió bruscamente hacia el lado izquierdo -posiblemente a causa del golpe derrapó- y tras cruzar la carretera de lado a lado cayó al río por la parte izquierda de la calzada, sumergiéndose en el agua", describía FARO al día siguiente. Se especuló con diversas causas, como el exceso de velocidad, una distracción o el diseño de la curva. Roberto sospecha que el conductor la cogió mal y rápido, "chocó contra el puente y no controló". "Nos fuimos al río, con la mala suerte de que cayó en un pozo de 8 metros", añade.

Roberto recuerda el golpe en la parte trasera del autobús y empezar a caer. Él estaba sentado en las primeras filas. "Veías los cuerpos rodando por el pasillo y los gritos", relata. Ahí perdió brevemente la consciencia. Cuando la recuperó, estaba empezando a entrar agua en el autobús. Se agarró a la red que antes se usaba para guardar las maletas sobre las cabezas y esperó a que se llenara. Recuerda que buscó a la hija de los primos de su padre, sentada más atrás, y no la encontró. Salió por una ventana. Habían estallado.

Había ido a natación tres años y se defendía bien. "Estaba todo muy turbio. Veías cuerpos flotando, que te agarraban y tú, que te estás intentando salvar, también das patadas para desengancharte", narra. Fue entonces cuando vivió "eso de que te pasa tu corta existencia como un metraje". Logró salir a flote y ahí se reencontró con el compañero con el que iba cantando temas de Los Pecos en el autobús, Carlos Pereira. "No sabía nadar, pero es más alto que yo y no podía con él; le dije cómo hacer braza y lo consiguió".

Había llovido mucho y el río Órbigo, con un caudal habitual de unos 40 metros cúbicos, llevaba unos 300 de gélidas y turbias aguas. Roberto se dejó llevar por ellas. Le pesaban su mcloud de borreguillo y la cámara réflex que llevaba al cuello. Soltó esta última con pesar, recordando a su padre advertirle que no se le ocurriera perderla. Alcanzó un montículo, donde también dejó el abrigo. Un vecino que estaba cortando leña lo vio y echó una rama para acercarlo a la orilla. Era Carmelo, con el que mantendría el contacto durante años.

Su padre, su abuelo y sus tíos le fueron a buscar al hospital de Benavente. Si se tardaba unas 6 horas, ellos hicieron el viaje en tres, por la incertidumbre. "Yo no tenía ni rasguños y no recuerdo que tuviera mucho trauma; lo que no quería era volver por carretera y lo hice en tren", explica. En casa le esperaban familiares y amigos haciéndole un pasillo. A Roberto lo aislaron de todo lo que sucedería después.

Otros ocho niños lograron salvarse esa tarde. El doctor Regueras, que los atendió, relataba ese mismo día a FARO que "se encontraban en situación de hipotermia", pero con calor "se recuperaron perfectamente todos". Con solo una otitis perforada, también sobrevivió un soldado vigués, José Antonio Arias Varela, destinado a la Línea de la Concepción, que disfrutaba de 15 días de permiso y se había subido al autobús escolar en Benavente al ver que iba a su ciudad. "Hablé con ellos, les pregunté si podían llevarme y me dijeron que no había problema", cuenta. Se acomodó en el primer asiento tras el conductor y unos segundos más tarde, su vida cambiaría para siempre. "Tarde unos veinte años en comenzar a olvidar, a superar todo lo que me había pasado. Y el accidente fue una de las cosas más dramáticas que me sucedieron", se sincera el vigués. Nunca antes había contado en público el horror que vivió en el Órbigo. "Al golpear la parte delantera con el río, el agua entró a presión. Imagino que nos llevó a todos hacia el fondo. Yo agarré a un niño y salí fuera del autobús. Después, las piernas dejaron de responderme y lo único que pude hacer era agarrarme a un árbol". Y allí esperó José Antonio a que lo sacaran mediante cuerdas. Esta fecha maldita, le trae "muy malos recuerdos".

Solo un cuerpo se recuperó ese día. El rescate de los otros 48 sería largo y complicado. El autobús no se izó hasta la madrugada del Jueves Santo, a 40 metros del lugar del accidente, y algunos cadáveres no se recuperaron hasta un mes después. Los familiares se quejaban de lentitud y falta de efectivos. Las autoridades, algunas abucheadas, justificaban que la nula visibilidad las aguas enlodadas y la fuerza de la corriente complicaban la labor.

El pueblo de Santa Cristina, donde hoy hay un monumento que recuerda la catástrofe, se volcó en el rescate y la atención a familias y víctimas. La tragedia también marcó allí muchas vidas y conmemoran las efemérides. El miércoles, cuando se cumplen 40 años, harán un sencillo homenaje a orillas del río en el que también participará el Concello de Vigo con la presencia de dos ediles.

Además, el municipio olívico tendrá al fin un espacio que rememore un suceso que sacudió a los vigueses. El Concello descubrirá el miércoles una plaza de recuerdo colectivo en el hall de la Casa Consistorial. Será "un homenaje desde el sentimiento". Así se lo trasladó el alcalde de Vigo, Abel Caballero, a su homólogo de Santa Cristina, Salvador Domínguez, en una conversación telefónica en la que acordaron realizar actos conjuntos. Caballero aprovechó para reiterarle el agradecimiento por lo que hizo el pueblo zamorano.

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