"Nunca había pensado que lo peor de hacerse mayor fuese la soledad". Este mensaje en uno de los vagones del metro de Barcelona fue el que impactó a Ana Soengas, voluntaria de Amigos dos Maiores y acompañante de Tita, e hizo que decidiera unirse al programa.

"Hay un momento con carencias emocionales en tu vida en el que necesitas un extra, y a mí eso me lo dio este programa", cuenta.

Es madre trabajadora pero explica que "ha pasado de ser una simple voluntaria durante dos horas semanales" a darse cuenta de que la soledad no deseada "es un problema social del que hay que crear conciencia".

Por su parte, María Rosa Sestelo, otra de las voluntarias, llegó a Amigos dos Maiores después de haber estado en contacto con muchos de ellos durante una época en la que trabajó en un hospital de la Cruz Roja. Actualmente cuida a una mujer de 72 años con pequeños problemas de movilidad a la hora de caminar.

"Ser acompañante es una experiencia que me ha cambiado como persona. He aprendido a ser mucho más paciente y asertiva, sé escuchar y no opino", comenta.

Tiene familia pero defiende que no quiere dejar de compaginar el servicio que hace en la asociación con su vida personal, ya que le marcó mucho lo que puede llegar a significar para alguien mayor y solo una simple caricia, abrazo o palabra amable.