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Un edificio eterno

El Teatro García Barbón se inauguró en el mes de abril de 1927, tras una década de obras, y se convirtió en una referencia cultural y uno de los emblemas de la ciudad

José García Barbón. // FdV

Fue a finales de abril de 1927 cuando el Teatro García Barbón abrió sus puertas por primera vez. "Una gran obra con una gran importancia cultural en el futuro", se podía leer en algunas de las páginas que el Decano dedicó a un acontecimiento histórico. El 'alumbramiento' estuvo cargado de dificultades que se salvaron con paciencia y tiempo. Fueron necesarios más de diez años de trabajos para que el proyecto de Antonio Palacios fuese concluido.

Su historia se inició cuando el Teatro Rosalía de Castro, ubicado en el mismo lugar, sufrió un catastrófico incendio y quedó en ruinas. Una pérdida que se encargó de reparar José García Barbón, el filántropo verinés que se había instalado en Vigo. Sus herederos fueron los impulsores de la gran obra, aunque los trámites no fueron sencillos.

En 1916, el proyecto fue expuesto en la casa consistorial viguesa, adonde acudieron muchos vigueses atraídos por su espectacularidad. Había pocos espacios de similares características en España. Su construcción fue autorizada por el Ayuntamiento de Vigo y se inició un largo y complejo proceso, durante el que hubo que salvar numerosas complicaciones técnicas.

El solar ocupa 2.080 metros cuadrados y el Teatro García Barbón, según el proyecto de Antonio Palacios, tendría un superficie útil de 1.900. Unas dimensiones enormes para aquella época. A igual que la logística que implicaban.

El Decano informó el día anterior a su inauguración de numerosos detalles técnicos La obrar requirió unos refuerzos especiales para asegurar el edificio debido al fuerte desnivel existente entre las calles Policarpo Sanz y Rosalía de Castro. Se tuvieron que extraer 2.080 metros cúbicos de tierra y fueron empleados 545.149 kilos de hierro y 1.700 toneladas de hormigón. La fachada se construyó con piedras de una cantera ubicada en el monte de la Sierra, en la parroquia de Castrelos, y su transporte, junto con el del resto del material, requirió el uso de centenares de carros. Fue un esfuerzo "titánico", según quedó reflejado en numerosos documentos.

En el interior del Teatro García Barbón también era evidente su condición de gran obra. Se dividió en tres partes: el teatro, la sala Rosalía de Castro y una zona de servicios, donde se podía incluso comer. También se reservó un lugar para el Casino de Vigo, la emblemática entidad que tuvo su sede allí durante muchos años. Todo ello acompañado por un gran escenario que acogía gran cantidad de telones y una "moderna instalación eléctrica".

El día de la inauguración se llenaron las 386 butacas con las que contaba, pues era un acontecimiento largamente esperado por la sociedad viguesa. La Banda de Música del Regimiento Murcia, que tenía su sede en la ciudad, interpretó la marcha real. Después, un coro dirigido por Santos Rodríguez fue el encargado de hacer sonar el himno gallego.

A continuación, la Compañía de Operetas Españolas, con Ramón Pena como director, realizó varias interpretaciones. Al final de la representación, los espectadores aplaudieron durante varios minutos. A la inauguración asistió Antonio Palacios, el arquitecto autor del proyecto.

Se iniciaba de esta forma una legendaria historia. Méndez Laserna fue el hombre que se encargó de organizar los primeros espectáculos. El éxito fue constante. Empezó con una representación diaria y, en poco tiempo, el teatro ya acogía varias funciones en una sola jornada. El García Barbón se convirtió en una leyenda y un centro cultural no solo de Galicia, sino también del resto de España, donde se aplaudía el esplendor del edificio.

Con el paso de los años, el inmueble se deterioró y atravesó una de sus peores épocas cuando acogió un cine y perdió casi toda su esencia. Afortunadamente, la Caja de Ahorros de Vigo lo rescató en los años ochenta y encargó su remodelación a Desiderio Pernas. Reseñan las crónicas de la época que fueron necesarios 6 millones de euros (1.000 millones de pesetas) para volver a recuperar el esplendor que mantiene hoy en día.

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