Teresa Raquel Pereira nació hace un siglo, en medio de la I Guerra Mundial. Sus apretados ojos se abren vívidamente cuando recuerda el día que conoció a su marido, con 21 años y bailando la muiñeira. "Era guapo, guapo", recalca. Cuenta que ese mismo día él le pidió matrimonio y que ella no lo dudó, fue a casa a preguntárselo a sus hermanos. "Y nos casamos". Y así siguieron hasta la muerte de él.

Alargar la vida ha sido una obsesión para la humanidad y un reto para la ciencia. En Vigo, 8.140 personas tienen más de 85 años y 138, entre las que se encuentra Pereira, han fulminado la esperanza de vida al alcanzar 100 años o más, según el INE. El anhelo de vivir más se está convirtiendo hoy en el mayor problema al que se enfrenta la sociedad: el envejecimiento de la población. La ciudad, que presenta el mayor número de ancianos de Galicia, padece carencias en el sistema social y sanitario para atender a una población que se vuelve anciana a una velocidad brutal: desde 2002 los vigueses mayores de 85 años se han duplicado y ya superan a los menores de cinco años. Los geriatras y gerontólogos advierten de la necesidad de un cambio en la concepción de los jubilados y el funcionamiento del sistema si la sociedad quiere cambiar su senectud.

"La imagen que tenemos de los ancianos es muy paternalista, infantilizada incluso, de manera interesada claro", señala Miguel Ángel Vázquez, presidente de la Sociedad Gallega de Gerontología y Geriatría. Interesada, dice, porque así manejar a los ancianos es más fácil. El experto advierte del error que supone apartarlos del día a día. "Ninguna sociedad puede permitirse el lujo de prescindir del 22% de su población como es el caso de Galicia", sentencia. Vázquez reconoce el merecido descanso de los ancianos, pero señala que "no se jubilan de la vida", por lo que deben seguir contribuyendo a la sociedad. "Todavía les queda como mínimo 20 años más de vida". Mucho tiempo para no hacer nada, sobre todo si se tiene en cuenta que la esperanza de vida aumenta cada vez más: en los últimos 10 años, en Vigo se ha elevado de 80 a 83.

La sociedad ha asociado la vejez a la dependencia, la pobreza, la carga económica y familiar. Sin embargo, durante la crisis los abuelos se han revelado como el soporte más fuerte, a nivel económico y familiar. "Ahora mismo son los que consumen, no son más pobres que el resto, tenemos que acabar con prejuicios acerca de la vejez como que no tienen vida social, o que no mantienen relaciones sexuales, el mayor problema al que se enfrentan es la soledad", subraya Vázquez, quien apuesta por reintegrar a los jubilados a través de actividades como guías en museos o acompañamiento de escolares. "Siempre dentro de sus posibilidades y en cosas que a ellos les apetezca hacer".

La atención sanitaria es otro de los grandes retos. El jefe de servicio de geriatría del Chuvi, el doctor José Manuel Veiga, considera que el sistema sanitario gallego es "muy mejorable" en la atención a los ancianos. Tan solo existen dos servicios especializados en geriatría, uno en Lugo y otro en Pontevedra, pero que solo atiende a pacientes de Vigo y su área. Aboga por la expansión de esta especialidad y la atención multidisciplinar: "Tenemos que ser varios los especialistas implicados, el médico de cabecera, el geriatra, rehabilitador, educador, asistente social, la familia". Crear un espacio sociosanitario real. "De nada sirve que le operes una cadera a una persona si llega a su casa y no tiene quien la ayude", ejemplifica Vázquez.

"En la parte social tampoco estamos preparados porque lo que trae consigo el envejecimiento de la población son muchas personas mayores que tiene una gran carga de enfermedad y de dependencia y eso está causando una sobrecarga en su familia", explica el médico. Para aliviar la responsabilidad, muchas familias deciden internar a sus padres o abuelos en residencias. Son una opción de atención continuada, pero Galicia presenta la peor cifra de plazas públicas de España: la tasa de cobertura es del 0,88%, según datos de la Asociación de Directores y Gerentes de Servicios Sociales. Pereira vive en la del Meixoeiro, gestionada por Geriatros, desde hace algunos años y asegura estar "muy bien", pero confiesa que a veces le gustaría entrar en la cocina y hacer ella misma lo que quiera comer.

"Tenemos que cambiar el modelo", señala Vázquez. "Deben ser más ecológicas y más domésticas". La independencia de los ancianos queda anulada en estos centros, normalmente apartados de la vida urbana, no pueden hacer actividades cotidianas. Por eso los geriatras aconsejan la creación de apartamentos en los que los mayores "decidan qué hacer y nosotros estemos para apoyarlos". El envejecimiento es heterogéneo y cada caso evoluciona de manera diferente, de ahí que el cada caso deba ser tratado de manera individual. Pereira, a sus 100 años, todavía se vale por sí misma y se muestra lúcida. Su mente recuerda con claridad la aspereza de labrar la tierra, a sus hijos y qué desayunó cada día durante años: aguardiente. "¡Ay que rico estaba!", exclama haciendo un gesto como si lo saboreara.

La entrevista ha terminado así que se levanta sin ayuda, cuelga su bolsito -se lo han regalado sus hijos por su último cumpleaños- del andador que la acompaña e inicia la marcha, campante, por los pasillos de la residencia.