Cuando Ramón Fernández (1885-1962) llegó a Vigo, al borde de 1910, la ciudad pasaba justo los 30.000 habitantes y por las malas carreteras que la unían con su periferia circulaban carros de bueyes y coches de caballos con pasajeros que tenían su punto de salida en Porta do Sol y Policarpo Sanz. En ese año adquirió su primera tienda y aún no circulaban los tranvías -habría que esperar a 1914- y a la urbe empezaban a volver ya ricos indianos con fortunas logradas en la emigración que invertían en la misma.

Ramón Fernández no estaba ese año de vuelta sino de ida porque había llegado desde Santiago con la intención de coger un barco hacia las Américas pero algo lo retuvo y no llegó a traspasar el umbral de la emigración. Aprendiz en un taller de platería en la Ciudad del Apóstol, a lo mejor intuyó que las Américas podían estar en Vigo si hacía buen uso aquí de sus conocimientos. Y acertó. Hoy la cuarta generación familiar, representada por su bisnieta, Verónica Cuíñas Gómez, está al frente de la joyería en Príncipe.

En un despacho de la joyería, junto a otros recuerdos, está enmarcado un recibo de puño y letra de Ramón Fernández y datado en 1910 en que hace constar que ha pagado la mensualidad de septiembre a un tal Octavio Mínguez. Al lado, una foto en que aparece en camisa y con su mostacho ante un pequeño y rústico mostrador. Entonces acababa de abrir su primera joyería en la calle Elduayen, de nombre Valderas. No sería hasta 1928 cuando ocupó el espacio en Príncipe que hasta hoy lleva su nombre. Sobrevivió a la monarquía de Alfonso XIII, a la dictablanda de Primo de Rivera, a una fugaz República y a la dictadura de Franco para llegar, con la democracia, a esta monarquía constitucional.

Ramón Fernández empezó en solitario pero llegó a tener 14 empleados en los años 50 y 60, en que de sus talleres salían joyas, cuberterías... Su nieta única, Mercedes Gómez, ahora retirada, lo recuerda como una persona de palabra justa y consejo acertado que había partido de la nada y con la cultura básica pero le encantaba el arte. "Tú cuando llegues ante el Pórtico de la Gloria -le decía el abuelo de niña- te sientas a ver sin pensar en nada para que nada oscurezca la grandiosidad de lo que tienes delante".

En los difíciles años 30 entró en la tienda su hijo, Raniero Fernández, ya fallecido y que dejó huella en la ciudad por su activivismo empresarial y social. Mercedes recuerda a su tío como una persona que hacía de todo y todo le gustaba. En fotografía, por ejemplo, fue un puntal del desarrollo del movimiento aficionado que surgió en los años 50 y 60 de Galicia. "No tenía grandes estudios -cuenta Mercedes- pero sí un irrefrenable ansia de saber. En joyería, por ejemplo, se decía que sabía elegir las piedras preciosas como nadie". Claro, había nacido en 1910, el mismo año en que su padre abrió la primera tienda, y su paisaje desde la infancia estuvo teñido por el mundo de las joyas".

Teodoro Gómez, cuñado de Raniero y padre de Mercedes, se incorporaría en los años 50 a la joyería familiar, ocupado antes en los negocios textiles de la afamada Villa de París, sita en la Porta do Sol. Pero la tercera generación no entraría hasta 1972, en que Óscar Cuíñas, marido de Mercedes, entró en la joyería. En 2003, su hija Verónica, bióloga de carrera, le sustituiría hasta hoy mismo.

Noventa y ocho años han transcurrido desde que el fundador arribara a Vigo y montara su primer "recuncho" joyero. En ellos la joyería, como todas en general, vivió años de mayores esplendores. "Con la inversión que precisa es de locos montar hoy una joyería", dice Verónica. Quedan dos para la centena.