Vigo padece desde ayer una sofocante ola de calor. Los termómetros del centro de la ciudad mantuvieron a lo largo de la tarde una "lucha" constante por reflejar las temperaturas más extremas. El "mercurio" más alto, sito en la puerta del sol, asustaba a los viandantes cuando a primera hora de la tarde registraba 39 grados de temperatura. Cobijados bajo la sombra y "armados" con botellas de agua, abanicos, viseras y cualquier otro utensilio válido para no "derretirse", la gente trataba de escapar de un calor que en el centro de la ciudad se negaba a declarar una tregua para poder respirar.

La solución ante tan agobiantes temperaturas se encontraba un día más en las playas. Miles de personas abarrotaron ayer el arenal de Samil. Más ordenados que otras veces, y sin provocar grandes retenciones de tráfico, fueron llegando poco a poco al arenal. Los más madrugadores ya disfrutaban de la brisa marina desde primera hora de la mañana, pero la mayoría comenzó su "peregrinación" después de comer. "Hay que escapar de la ciudad, aquí se está mucho mejor", exclamaba, agobiada, Anunciación Vieites.

Los que se decantaron por ir a la playa en su vehículo tuvieron que enfrentarse al tan temido problema de encontrar aparcamiento. El resto de la gente hacía largas colas en las paradas de autobús ataviados con toallas, sombrillas, mochilas e incluso neveritas. Impacientes y sudando la gota gorda, esperaban el momento de "enlatarse" en el autobús y llegar lo antes posible a la playa.

Samil ofrecía ayer una añadido al mar, las piscinas o las terrazas. Una brisa suave y constante permitió a los bañistas tomarse ese respiro que andaban buscando. "El calor es insoportable, pero aquí encontramos el "fresquito" que necesitábamos", decía una familia de León que, cargando con una gran barca hinchable, no perdieron un minuto en echarse a la mar.

El objetivo era combatir el calor, y los medios corrían a cargo de cada persona. Las sombrillas siguen siendo la mejor forma de encontrar el ansiado cobijo, pero para aquellos que se la habían olvidado en casa, los árboles de Samil también les hacían grata compañía en busca de una buena sombra. Una partidita de cartas o una larga siesta bajo los pinos permitían dejar pasar el tiempo a los que se decantaban por "la montaña" dentro de la playa.

En el arenal todo valía. Estar horas y horas dentro del agua era la opción más demandada. Pero las puntuales carreras a la ducha y vuelta a la toalla también ayudaban a aguantar el poder de los rayos de sol durante unos minutos. Los más pequeños llenaban las piscinas de Samil, y a los que no les dejaban ir, construían su propia pileta de arena a pie de playa.

"El calor no está tan mal. A mí me sirve para recargar las pilas", decía Silvia Fonso, una emigrante en Suiza que aseguraba escapar del frío y de la montaña. Su hija, Nellya, tampoco temía al calor y se lo dejaba muy claro a su madre: "No quiero volver a Suiza", afirmaba.

A Manuel Corbacho y María Fernández tampoco le asustaban las altas temperaturas, "ha habido años en los que ha sido peor", decían ambos. Sin embargo apuntaban que la única forma de poder resistir es la de ir a la playa o comprarse un aire acondicionado, "y como aquí no merece la pena adquirir un aire acondicionado, pues nos venimos a Samil", sentenciaba al unísono este matrimonio.

"Aunque haga mucho calor no hay nada mejor para soportarlo que una playa de Galicia", decía Paula Martínez, una lisboeta que junto a sus amigas Carla Ferreira y Piedad Silva, degustaban un sabroso helado.

Y aunque la leonesa Mª Ángeles Cuellar aseguraba estar en Vigo por motivos de trabajo, decía que de alguna manera tenía que sofocar el calor "y nada mejor que venirme a una de las mejores playas de Galicia", afirmaba.

"Esto no es calor, calor es lo que padecemos en Madrid", decía Belén Rodríguez. Una madrileña que aseguraba que Vigo goza de un clima envidiable.

Y mientras los más afortunados podían disfrutar de un día de playa, en el centro de la ciudad se "respiraba" el agobio ante la imposibilidad de "cazar" una pequeña brisa perdida. "Esto es horrible", exclamaba Puri Bernárdez mientras agitaba con gran soltura su abanico y se escandalizaba al ver un termómetro que reflejaba 37 grados de temperatura.

"Se está fatal. Hace muchísimo calor y no corre ningún aire", decía Rosa Pacheco mientras esperaba la llegada del autobús. Consuelo Pérez y María Álvarez, aprovechando el poco aire que sus abanicos les proporcionaba, vaticinaban que "si continúan estas temperaturas, este domingo no va a haber quien aguante en la procesión del Cristo de la Victoria".