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La vuelta a las aulas en plena pandemia

La universidad de los 'caladiños'

Alumnos de los tres centros gallegos destacan las facultades vacías y la escasa vida social del nuevo curso

Estudiantes de la Facultad de Econonómicas en Vigo, alas puertas de la facultad Marta G. Brea

La universidad que empezó hace poco más de un mes ya no es la misma que hace un año. Todo ha cambiado. Con las clases online, las facultades están casi vacías y son lugares de tránsito. Y la vida social tan agitada que se tiene a esas edades sufre un impás por el Covid. Aun así, los jóvenes estudiantes están en el medio del huracán y los culpan del empeoramiento de la pandemia. Pero mientras algunos celebran fiestas en pisos, otros defienden sus actos responsables.

La universidad ya no es la misma. Nos la han cambiado, como dirían algunos. Y el culpable no es otro que el maldito virus. Donde se supone que todo tenía que ser movimiento y ajetreo, el ambiente este curso es todo lo contrario. La calma es predominante y el silencio un actor protagonista. El Covid ha cambiado el patrón de las clases y los contactos con los compañeros se supone que están desaconsejados. Por eso este curso no había tanto entusiasmo en el regreso. O hasta de comenzar. “Yo, personalmente, tenía menos ganas de empezar, porque sabía que no iba a ser lo mismo que el año pasado. Que no nos íbamos a poder relacionar de la misma manera, ni estar con los amigos”, comenta Natalia Lemos, estudiante de segundo de Comercio en la Universidad de Vigo. Aunque, para ella, en otra parte de su conciencia, también estaba la disyuntiva de querer volver tras estar tanto tiempo sin ir. Y es que el periodo de confinamiento no fue bueno para nadie, tan “solo” para arrinconar un poco a la enfermedad.

“La universidad es mucho peor porque ha perdido su esencia””

Natalia Lemos - 2º de Comercio en la UVigo

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En otro lado están Marta Trota, Paula García y Paloma Valverde, que se acaban de conocer en una residencia y debutan en la ciudad gallega universitaria por excelencia: Santiago de Compostela. Paula ha llegado para estudiar Medicina: “Empezar la universidad es algo que llevo esperando mucho tiempo, pero no tenía todas las ganas que podía haber tenido si la situación hubiese sido diferente”. Entre las clases online, que los grupos presenciales son más reducidos de lo normal y que conocen menos gente, los ánimos están bajos.

Marta, Paula y Paloma, con otras dos compañeras de la residencia, en Santiago Cedida

–¿La universidad ahora es mucho peor que antes?

Y aquí las respuestas se dividen con matices, aunque tienen un mismo fondo. “Se podría decir que sí”, considera Marta, quien ostenta la experiencia del curso 2019 en el campus de Vigo. Paula, en cambio, “no diría peor, sino más complicada”. Mientras que Paloma habla de que “la experiencia es totalmente diferente”. Sin embargo, es Natalia quien parece dar en el centro de la diana: “Es mucho peor porque se perdió la esencia universitaria”. Y eso que ella ha tenido la “suerte” de que su facultad haya optado por que la presencialidad sea al cien por cien.

“Con las clases online es mucho más difícil enterarse de las cosas”

Paloma Valverde - 1º de Farmacia en la USC

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Precisamente, son las tres estudiantes de Santiago las que se someten a la prueba de la semipresencialidad, atendiendo varias asignaturas a la semana desde el escritorio de sus habitaciones. “Las clases online se hacen mucho más aburridas. Estar al 100% dos horas y media delante de un ordenador es imposible”, cuenta Marta, matriculada en Administración y Dirección de Empresas, que añade: “No interactúas con el profesor... En clase te animas más a participar. Así, entre que no funciona el micrófono y el wifi, pues no”. Paloma, que está en primero de Farmacia y tiene las clases teóricas a distancia y los seminarios prácticos en formato físico, apoya la moción de su colega: “Es mucho más difícil enterarse de las cosas”.

–¿Conocéis a alguien que por el Covid ponga excusa para no ir a clase?

Marta se descubre y levanta la mano: “Yo”. Y Paula la defiende: “Para enterarme prefiero la clase presencial. Pero la clase online es como la excusa si no tienes ganas de hacer nada”. En resumen: “Las clases online nos ayudan a ser más vagos”.

“La facultad es como una zona de tránsito. Yo la veo casi siempre vacía”

Aroa Davila - 1º de Fisioterapia en la UDC

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Aroa Davila, como Natalia, no tiene ese problema. Se ha mudado de Vigo a una residencia de A Coruña para sacarse Fisioterapia. Aunque solo primero es íntegramente presencial y no está exenta de dificultades. El aula la han cambiado por un amplio salón de actos y las distancias de dos metros y las mascarillas favorecen la incomunicación. “Cuando estamos en clase, recurrimos al Whatsapp para hablar entre unos y otros, y para preguntarnos en qué página estamos de los apuntes. Lo hacemos así porque es imposible escucharse o entenderse”, manifiesta. A_más de 150 kilómetros de distancia el problema es el mismo, según Natalia: “Los profesores tienen un micrófono, pero aún así no siempre se les escucha bien. Lo habitual era comentar dudas, pero al llevar mascarilla no es lo mismo. Participar es más complicado. Y eso que yo soy de participar un montón”.

“A la hora de conocer gente, la verdad es que estoy bastante sola”

Marta Trota - 1º de ADE en la USC

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Y fuera del aula, aún en la facultad, están controlados. La mascarilla es obligatoria en todo momento, en cada esquina hay un dispensador de gel y en las paredes, flechas que no permiten que se formen corrillos. “La facultad ahora mismo es como una zona de tránsito. No te imaginas en quedarte ahí. Yo la veo casi siempre vacía”, asegura Aroa. Eso, para Natalia, es “triste”: “Yo empecé el año pasado y pude crearme mi grupo de amigos. Pero me imagino entrar nueva ahora y no sabría cómo llegar a relacionarme bien con la gente”. Y, si tenía alguna duda de que eso no iba a ser así, que le pregunte a Marta: “A la hora de conocer gente, la verdad es que estoy bastante sola. No tengo ningún tipo de amistades en la facultad”. “Tenemos mucho más difícil conocer gente. Solamente a las de la residencia. Y la gente que no esté en residencia no creo que conozcan a muchos”, expresa Paula.

Natalia (primera izq.), en los pasillos de la facultad de Empresariales de la Universidad de Vigo. Marta G. Brea

Está claro que la vida social no es la misma, para nada, y los que fueron universitarios podrán no verse reconocidos en estas líneas. Para prueba –si es que a estas alturas ya no es evidente–, el testimonio de Aroa: “Estoy todo el rato muy pendiente de con quién estoy, qué hago, si voy a tomar algo o no... Quiero conocer a la gente de la carrera, pero también hay que ser consciente de la situación que tenemos”. Y acaba esbozando un deseo que cada vez todos soñamos más fuerte: “Ojalá todo fuera normal”.

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Fiestas y foco de contagios

Dentro de la vida “normal” que añoran los universitarios están las cenas de intercursos y las fiestas temáticas en discotecas y en pisos, pese a que en las primeras tres semanas el concello de Santiago anuló 160 de estas celebraciones en viviendas privadas y amenaza con multas de hasta 1.500 euros. “Me parecen pocas para las que realmente se hacen. Por las redes sociales se ve mucho”, expresa Marta. Tanto ella como sus dos compañeras de residencia han sido invitadas a algunas de estas reuniones, aunque confiesan que no han ido a ninguna si ya eran más de diez personas. Natalia opina que el fenómeno en Vigo no es tan “exagerado”. También ha acudido a alguna: “Son fiestas privadas. Pero, claro, 15 o 20 personas en un cubículo de un piso es mucha gente y ahí, obviamente, la mascarilla se acaba olvidando”.

“Echar la culpa a los jóvenes de los contagios es para lavarse las manos”

Paula García - 1º de Medicina en la USC

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En cualquier caso, valoran injusto que únicamente se les responsabilice a ellos de que la pandemia esté empeorando –“Los comportamientos irresponsables provocan muertes”, cargó el presidente de la Xunta–. Los rectores le echan un capote –la “inmensa mayoría” se comporta con “prudencia” y “responsabilidad”, pero los estudiantes también gozan de argumentos. “Mientras a nosotros nos critican, buses y metros van llenos cada día, donde la distancia de seguridad no existe”, subraya Aroa. Por su parte, Natalia cree que “hay gente que lo hace mal y bien a todas las edades”. Mientras que Paloma agrega: “Con 18 o 19 años no nos pueden pedir que no nos relacionemos porque básicamente nuestra vida se basa en eso”. Pero Paula es quien saca el hacha: “Echar la culpa a los jóvenes es para lavarse las manos”.

Aroa (segunda izq.), en una práctica de Fisioterapia, que cursa en la Universidad de A Coruña. Cedida

 

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