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R. V.
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No es la primera vez que los expertos lanzan la advertencia: con los delfines no se juega. Han vuelto a insistir con motivo del asentamiento en la ría de Muros y Noia de Manoliño, el delfínido que de confraternizar con un mariscador ha pasado casi a ser odiado por este colectivo. Y algo parecido ocurrió con Gaspar.
No es la primera vez que los expertos lanzan la advertencia: con los delfines no se juega. Han vuelto a insistir con motivo del asentamiento en la ría de Muros y Noia de Manoliño, el delfínido que de confraternizar con un mariscador ha pasado casi a ser odiado por este colectivo. Y algo parecido ocurrió con Gaspar.
No es la primera vez que los expertos lanzan la advertencia: con los delfines no se juega. Han vuelto a insistir con motivo del asentamiento en la ría de Muros y Noia de Manoliño, el delfínido que de confraternizar con un mariscador ha pasado casi a ser odiado por este colectivo. Y algo parecido ocurrió con Gaspar.
No es la primera vez que los expertos lanzan la advertencia: con los delfines no se juega. Han vuelto a insistir con motivo del asentamiento en la ría de Muros y Noia de Manoliño, el delfínido que de confraternizar con un mariscador ha pasado casi a ser odiado por este colectivo. Y algo parecido ocurrió con Gaspar.
No es la primera vez que los expertos lanzan la advertencia: con los delfines no se juega. Han vuelto a insistir con motivo del asentamiento en la ría de Muros y Noia de Manoliño, el delfínido que de confraternizar con un mariscador ha pasado casi a ser odiado por este colectivo. Y algo parecido ocurrió con Gaspar.
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No es la primera vez que los expertos lanzan la advertencia: con los delfines no se juega. Han vuelto a insistir con motivo del asentamiento en la ría de Muros y Noia de Manoliño, el delfínido que de confraternizar con un mariscador ha pasado casi a ser odiado por este colectivo. Y algo parecido ocurrió con Gaspar.
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