Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Ímpetu de juventud

Uno de los bombardeos sobre Kiev. / FDV

A veces tenemos la impresión de que el tiempo se desliza sin ruido, de forma discreta y sin trascendencia. Nuestra vida es rutinaria y predecible. Y en otras ocasiones, sin embargo, todo se nos muestra como un estallido impreciso. Luces y relámpagos por todas partes. Nos reponemos de un último destello y aparece el siguiente a nuestra espalda, por sorpresa. Que no es que no nos sepamos ya de memoria la evolución pandémica. Y que no es que el conflicto ruso no se llevase cocinando desde hace años. Pero somos así: si no hace ruido, si no molesta, no existe.

Permanecemos en esta burbuja invisible de bienestar aparente y razonable, cuando el caos se desbarata todo el tiempo en este globo azul que nos sustenta. Volveremos a ver a héroes muertos y a cobardes en buenos despachos, como siempre ha sucedido. Volveremos a comprobar que los hombres —y las mujeres— son capaces de lo peor y de lo mejor, y continuaremos olvidándolo todo generación tras generación.

Estos días, tras leer la evolución del hombre en ensayos interesantísimos —les recomiendo Sapiens, de Yuval Noah Harari, y cualquiera de los artilugios literarios creados por Juan José Millás y Juan Luis Arsuaga, comenzando por La vida contada por un sapiens a un neanderthal— me preguntaba si nuestro declive es inevitable. Si no hay remedio. ¿Cómo es posible que la mente obtusa de unos pocos pervierta el ánimo amable de muchos? En mi mente se reproduce nítidamente la imagen de la manzana podrida contaminando el resto de las que se encuentran, sanas y jugosas, descansando en el cesto. Pero estas manzanas limpias y brillantes, ¿son inocentes? ¿No construye nuestra inacción un pasaporte favorable para los necios?

Sin embargo, resulta inevitable unirse a lo gregario, a la masa. A lo que parece adecuado y correcto según vivamos en África, en Europa o en la amazonia. Esos referentes que dan cauce a nuestros pasos, con frecuencia, resultan ridículos. Las modas, los hábitos, lo “adecuado”. Y medito sobre las generaciones perdidas, que caminan ya sin remedio dentro de lo comúnmente aceptado. Y pienso que la solución solo puede estar en la cultura, en la educación de las nuevas generaciones, a las que todavía enseñamos dando clases de religión pero no de espiritualidad, de matemáticas pero no de gestión empresarial, de anatomía de las flores pero no de respeto a la naturaleza.

"Todos sabemos que, si no frenamos una ficha de dominó, el resto cederá a su paso y terminará por caer"

decoration

Este artículo, como imaginarán, lo escribo unos días antes de su publicación. Tal vez este domingo que ustedes me leen, saboreando un café o relajados en una cafetería o en su sofá, ya haya caído Ucrania y, con ella, gran parte de la dignidad de Europa. Todos sabemos que, si no frenamos una ficha de dominó, el resto cederá a su paso y terminará por caer. Ni siquiera los analistas políticos más expertos saben qué va a suceder, ni si estamos ya en una tercera guerra mundial de contornos aún difusos y a la que todavía no queremos tener el disgusto de conocer. Tal vez suframos el castigo de la inercia, de ese ridículo optimismo que nos dice que estemos tranquilos, que al final «todo saldrá bien». Mentira. Solo el ímpetu de un ánimo resolutivo y valiente puede solucionar los problemas.

Dicen que Alejandro Magno, cuando se le preguntó por qué tenía tanta prisa en querer conquistar tantísimo territorio aún siendo tan joven, respondió que, en efecto, era muy joven, pero que si esperaba para sus objetivos podría perder el ímpetu de la juventud.

¿Qué nos pasará a nosotros? ¿Será que tenemos ya almas viejas o es que, sencillamente, están dormidas? 

Compartir el artículo

stats