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Impresiones de la naturaleza desde la ignorancia urbanita

Entre el puente romano de Salamanca y el puente del rey Felipe VI hay un hermoso tramo de paseo a la vera del Tormes // E.J.R. Posada

Cuando escapo a Salamanca mantengo por las mañanas la misma disciplina gimnástica que en Vigo, sea porque a mi edad la carne padece un imperialismo expansivo y hay que contenerlo con la misma rotundidad que a Torra y su Catadisney, sea para compensar los largos años en que la he puesto al borde sus fuerzas y darle un respiro. Ahí, en la tierra en que Nebrija escribió la primera gramática castellana en 1492, vivo junto al Tormes y ahora mismo vuelvo de caminar a paso rápido por la vera de ese hermoso río del Lazarillo. Salgo del puente romano, construido hace un puñado de siglos para los viajeros que recorrían la vía de la Plata que une Mérida y Astorga, y llego por la senda fluvial entre chopos, olmos y sauces ribereños hasta la altura del puente del Rey Felipe VI, que cruzo para dar la vuelta, quizás porque yo soy más de caminos reales que de vericuetos republicanos. Digo que camino entre chopos, sauces y olmos pero lo supongo porque soy un pobre urbanita, un ignorante del lenguaje vegetal. A lo mejor son fresnos, alisos y saúcos.

Tampoco sé si oigo a mirlos, ruiseñores o picos picapinos. Sean lo que sean y oiga lo que oiga ¡que bello y saludable ese paseo desde la construcción romana a la de la hispánica monarquía en el que te puedes encontrar algún furtivo rumano intentando pescar no sé si bogas, carpas, truchas o lucios supervivientes a vertidos contaminantes, restos fertilizantes y abonos arrastrados por la lluvia, especies invasoras y presas que dificultan su movilidad! Sin embargo, el río luce a las 8 de la mañana hermoso bajo la luz de agosto, y aunque no sepa qué árboles veo y qué trinos oigo, me parece música celestial ese murmullo continuo del Tormes cuando bajo tranquilo, ajeno al estruendo de las aguas bravas y caudalosas. Cada río tiene sus sonidos y son diferentes según el tramo. Tengo un amigo en Vigo, Carlos Suárez, celanovés recriado en Venezuela por mor de la emigración y vuelto a tierras gallegas, que es etnomusicólogo. Un día lo voy a llevar al Tormes para que me vaya explicando lo que oigo, no en vano durante años ha hecho con otros el mapeo sonoro del río Miño desde sus fuentes. ¿Etnomusicólogo? Pues sí. Compone música con los sonidos de aguas, selvas (estuvo en la de Amazonas), bosques... que mezcla con sintetizadores modulares para conseguir una especie de música de la naturaleza atravesada por la invención humana. También mapeó durante años sonidos de Galicia en peligro de extinción, como los de los molinos.

O sea que el paisaje suena, y hay cazadores de sonidos con las orejas como armas, capaces de captar con máquinas grabadoras la caída de un hoja de otoño. Suena hasta el silencio y yo creo que hay diferentes tipos de silencio y en eso trabajan estos buscadores de la naturaleza. Pero además de sus sonidos hay también una literatura del paisaje y para que me fuera explicando lo que se ve y así paliara mi ignorancia de urbanita podría llevar a pasear por el Tormes o entre la flora y vegetación de Salamanca a José Luis Gallego, que me deslumbró cuando ojeé su libro "Disfrutar la naturaleza". O a Félix Bello, que ese sí que es amigo mío, vive en Vigo, es catedrático de Literatura y escribió un libro que a lo mejor se vende poco porque es muy elevada la altitud de su belleza literaria y aquí solo se compran best sellers: "Impresiones y estampas de los campos y del mar", que integra 42 acuarelas de Rosa Elvira Caamaño, profesora titular de Pintura de la Facultad de Bellas Artes de Pontevedra. Es un impresionante estudio estético del paisaje gallego, una descripción del mismo llena de sensibilidad y riqueza verbal, de un cierto tono melancólico porque eso forma parte de la naturaleza de Bello. Apuesto doble contra sencillo que a Félix le gustaría venir a pasear por el Tormes y convertirse en mi guía ilustrado porque recordaría los años en que estudió Filología Románica en Salamanca, antes de ir a Madrid y La Sorbona para acabar obteniendo el Doctorado en Lengua y Literatura Española. Precisamente acabó ahora un profundo estudio sobre Santa Teresa, que por Salamanca anduvo y en Alba de Tormes se detuvo, trabajo que busca ahora una editorial de la calidad de sus estudios, que ya dejó demostrada con sus libros sobre Pío Baroja y Bécker.

Fijaos qué sorpresas depara escribir una columna. Cuando me senté ante el ordenador, con este calor de verano que comprime las meninges, no sabía de qué escribir y la comencé hablando de lo último que había hecho: un paseo por el Tormes. Sin darme cuenta, mis dedos siguieron los impulsos de mi mente y teclearon una narrativa sobre mi ceguera de urbanita ante el esplendor de la naturaleza, de modo que me extasiaba, sí, pero no sabía ponerle nombre a las cosas que veía, fueran árboles, aves... la flora y fauna. Y así sin darnos cuenta hemos concluido hablando de escritores de la naturaleza como Gallego o Bello para rematar nada menos que en Santa Teresa, Baroja o Becker. ¡Los caminos de la improvisación son, como los del Señor, inescrutables.

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