Análisis

Del novio de Ayuso a la vida de Ábalos: si es personal, también es política

Los casos que salpican a la presidenta madrileña o al exministro valenciano ponen de relieve que el límite entre lo público y lo privado se ha difuminado

Los expertos atribuyen a tradiciones políticas y hasta religiosas la manera de afrontar el escrutinio de la vida de los políticos

José María Aznar, con su hija Ana, el día de su boda en 2002.

José María Aznar, con su hija Ana, el día de su boda en 2002. / EFE

José Luis García Nieves

La presunta actividad fraudulenta con el fisco del novio de Ayuso, ¿pertenece a la esfera privada o impacta en su responsabilidad política? ¿Tiene relevancia la amistad de Núñez Feijóo con un narco? ¿Debería interesarnos el estilo de vida de José Luis Ábalos, cuántas exmujeres tiene o la imagen de su actual pareja? ¿Y la familia de Ximo Puig? ¿Era material de sesión de control que uno de sus hijos, como miles de valencianos, recibiera una beca Avalem Joves? ¿O las fotos durante sus vacaciones con la exconsellera Gabriela Bravo? ¿Era noticiable que la hija de un cargo público fuera pillada en un control de drogas en un festival? ¿Incapacita a un político haber sido condenado por maltrato en el pasado?

La tradicional frontera entre la esfera privada del político y lo que sí pertenece al escrutinio público se ha redefinido en los últimos años, convertida en una delgada línea, cada vez más difusa, por la que caminan hoy los partidos y muchos medios de comunicación, resbalando en más de una ocasión.

La furia de la caldera política madrileña, sin ir más lejos, ha elevado esta semana la temperatura del debate por encima del punto de ebullición. El pasado miércoles, el presidente Sánchez desairó al líder de la oposición por su relación con Marcial Dorado: “Usted, con ese historial, ha podido escalar hasta lo más alto de su partido político, y en el mío no habría llegado ni a concejal de pueblo”. Ayuso, a esas horas, se defendía denunciando a todo el aparato del Estado por una cacería, “una destrucción personal” de Sánchez contra ella a través de su pareja.

El puritanismo frente a la discreción

A la vista de los hechos, la pregunta pertinente quizá es: ¿queda algún límite entre lo que es o no material utilizable en política? Para ubicarse en ese dilema, el contexto importa. En opinión de Ernesto Pascual, profesor de Estudios del Derecho y Ciencia Política de la UOC, hay una diferencia entre el puritanismo de los países anglosajones y la cultura protestante, o la tradición francesa, en la que se enmarcaría la realidad española: “Mientras en el desempeño de su cargo no hubiese cometido irregularidades, la vida privada de nuestros políticos ha sido privada. Empezando por el rey emérito, durante muchísimo tiempo”, cita como ejemplo.

En ese contexto, la sociedad española compartiría tradición política con Francia, donde lo personal ha estado siempre circunscrito a la esfera privada. Nadie se enteró de la doble vida de Mitterrand hasta su entierro. Ni de las relaciones extramaritales de varios políticos españoles, hasta que utilizaron recursos públicos, como aviones, en sus desplazamientos.

Bill Clinton y Monica Lewinsky, en los años 90.

Bill Clinton y Monica Lewinsky, en los años 90. / Archivo

Hegel y Rousseau sitúan a los políticos como creadores de costumbre cívica, una guía para la ciudadanía a través de los valores éticos y morales de su comportamiento, resume el profesor. Y en otras latitudes, sobre todo en la tradición protestante, traicionar esa expectativa tiene consecuencias. Los gastos de los diputados provocaron una crisis profunda en el Parlamento británico en 2009. Una aspirante a primera ministra sueca se marchó tras usar una tarjeta como alto cargo para comprar dos chocolatinas. El ministro alemán de Defensa dimitió en 2011 por haber plagiado su tesis doctoral. Una infidelidad puso contra las cuerdas la presidencia de Bill Clinton. Participar en fiestas durante la pandemia dio la puntilla a Boris Johnson. Parecen cuestiones que, en España, podrían saldarse con una disculpa.

La profesora de Ciencia Política de la UV Aída Vizcaíno profundiza en esa clave religiosa, y echa mano de la ética protestante de Weber: “Esto lleva implícito la manera de relacionarnos con la autoridad. Para nosotros el estado es algo secundario, una imposición. Nuestras bases de lealtad son el ‘familismo amoral’: familia y amistades, no una estructura estatal. Mientras que en el protestante, con estructuras previas más antiguas, el espacio político-público es parte del espacio individual. Por eso el comportamiento público debe ser igual o más estricto respecto a lo que ordena Dios que en el catolicismo, donde puedes hacer lo que quieras mientras el resto no lo sepa. Ese es el transfondo”. 

Las crisis aumentan la exigencia social

Establecidas las diferencias, podría decirse que el contexto cultural importa. Pero también importa el momento socio-económico. No parece casual que fuera entre 2012 y 2014 cuando cayó el velo de silencio que protegía la vida privada del rey, que acabó con su abdicación. “Cuando la sociedad lo pasa económicamente mal y ve que su rey gasta de manera evidente, saltándose reglas de toda clase y haciendo los viajes que hace, obviamente causa estupor y un rechazo muy claro sobre la institución”, explica Ernesto Pascual. En esa línea, lo que costó la dimisión a Cristina Cifuentes en 2018 fue el vídeo en que se la veía tras un hurto en el supermercado. Vizcaíno habla de “un proceso de desacralización de la política". "Con la Transición, en España se construye la política por encima de otros contenidos, está en un plano distinto. Eso se rompe en torno a 2014, en ese proceso de transformación estructural de la política española [con los nuevos partidos]".

El rey, en 2012, el día de su disculpa pública.

El rey, en 2012, el día de su disculpa pública. / EFE

En efecto, las crisis han aumentado la exigencia social respecto a lo que es aceptable, celebra Pascual. Y recuerda una anécdota. En 1997 pillaron a Federico Trillo, presidente del Congreso, enviando a la ATS del Congreso a su casa, con un coche público, para vacunar a sus cinco hijos. Nadie lo recuerda, a diferencia del escándalo público con los políticos colándose en la vacunación de la pandemia, que provocó varias dimisiones.

Hoy, la exigencia es mayor. Pero el malestar social y la radicalización de las formas en política parecen haber sobrepasado determinados límites. La plaza pública, en realidad, ha invadido la esfera privada, a veces literalmente, con el acoso en la puerta de los políticos, como los vividos por Esteban González Pons o Mónica Oltra, cuya carrera política terminó, también, salpicada judicialmente por un delito de su exmarido.

La izquierda no puede vivir en un chalé

Pablo Iglesias e Irene Montero también sufrieron a los radicales en su chalé de Galapagar. Y, sobre todo, el cuestionamiento político, mediático y social de quien no estaba de acuerdo con ellos. Lo que opera ahí, más que la cultura política de una sociedad, es “la ideología”. “La izquierda es sufridora, y no hay problema en que la derecha vista trajes muy caros. Es un cliché que se ha establecido en la sociedad: un político de izquierdas no puede tener un chalet. Es bastante ridículo a estas alturas de la vida”, señala el experto.

"Es interesante la manera de abordarlo según el color político o según el líder", apunta Aída Vizcaíno. "Esta frontera de lo personal se empezó a cruzar con las hijas de Zapatero. Y fue alguien de izquierda, alentado y convertido en mofa desde la derecha. Hay un componente ideológico que sería interesante estudiar en profundidad. Una cuestión es la corrupción y otra el abordaje a lo personal. Y tengo la impresión de que cruzan más desde un lado hacia otro”.

Lo privado se exhibe en público

El caso de Iglesias entronca con otra idea. En ocasiones, es el propio político el que convierte su dimensión privada en material público, en una herramienta de comunicación. Se observa en cuestiones cotidianas, casi inocentes, apoyadas en los nuevos canales de comunicación. El presidente Mazón, por ejemplo, busca ganar cuota de conocimiento a través de un uso intensivo y directo de las redes sociales. Ha publicado vídeos corriendo, cocinando, recomendando sus papas favoritas, hasta bailando en casa en pijama.

José María Aznar, con su hija Ana, el día de su boda en 2002.

José María Aznar, con su hija Ana, el día de su boda en 2002. / EFE

La boda de Aznar: un mensaje de poder

En otros casos, más que proximidad, se pretende trasmitir un mensaje, unos valores. En ocasiones, ese mensaje es de autoridad. En la cima de su poder, 2002, el expresidente del Gobierno José María Aznar convirtió la boda de su hija Ana en un acontecimiento de estado: con varios primeros ministros, Casa Real y un escenario de Patrimonio Nacional. Otras veces, el mensaje se dirige hacia el propio partido. “En la época en la que el PP cuestionaba el matrimonio homosexual de Zapatero, varios dirigentes del PP se casaron públicamente. Quizá no puedes lanzar un mensaje frontal, pero sí que puedes enviar un mensaje a la sociedad a través de tu vida privada diciendo: ‘Este punto que tanto estamos criticando no es aceptado por un sector del propio partido’”, expone Pascual.

Por último, lo que se exhibe en ocasiones es la austeridad, una manera de vivir. Hace una década, en España la consigna era la gente contra la casta. Pablo Iglesias, fundador y líder de Podemos, impuso el límite a los salarios de públicos de tres veces el SMI; proclamaba que se compraba la ropa en Alcampo y abría a la televisión su piso de Vallecas, donde vivía como ‘un entre tants’. Cuando sufrió la presión mediática por mudarse a Galapagar, también celebró una consulta a las bases para obtener la validación a su estilo de vida.

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