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Cerco judicial al exministro

Ídolo caído y sin milagro

Rodrigo Rato se encamina hacia el banquillo tras una trayectoria política estelar que entró en barrena a partir de su desembarco en Bankia

Ídolo caído y sin milagro

Rodrigo Rato Figaredo es un gijonés nacido en Madrid (1949), que soñó con ser director de cine y de teatro pero que se consagró como político. Pasó por ser el más experto economista español cuando en realidad estudió Derecho. Alentó a partir de 1996 un modelo económico de gran crecimiento y revalorización de activos (no muy distinto en fundamentos y recursos al que permitió el gran impulso español de 1985-1992) pero este pasó a la historia como "la era del pelotazo" y del "capitalismo de casino", y el suyo, como el "milagro español". La cosa fue bien hasta que reventó cuatro años después de que dejase el Gobierno y mientras oteaba el mundo desde la balconada del Fondo Monetario Internacional (FMI) sin percatarse de la que se avecinaba. Sus declaraciones de 2007, en vísperas de que reventasen las hipotecas "basura" en EE UU, fueron tranquilizadoras. El FMI se lo reprochó, a toro parado, con mucha acritud.

La renuncia precipitada y no bien argumentada al cargo en Washington que jamás había ocupado español alguno -y para cuyo nombramiento tuvo que emplearse a fondo Aznar en EE UU y el socialista Rodríguez Zapatero en la UE, como refirieron testigos de una cena clave en El Elíseo- supuso un punto de inflexión y el principio del fin. Desde entonces la trayectoria del astro fue errática y poco después entró en un proceso de caída libre.

Su estrella ya había empezado a apagarse en 2000, cuando su amigo Aznar no lo promocionó de la vicepresidencia segunda del Gobierno a la vicepresidencia primera, que había quedado vacante. Y de forma definitiva en 2003 cuando el PP era un clamor por la investidura de Rato como sucesor y Aznar lo desoyó porque, como le dijo el entonces presidente al diario económico estadounidense "The Wall Street Journal", "el milagro soy yo".

Rato, educado desde niño en el juego de la política y de la conspiración antifranquista de derechas y monárquica, fue dirigido por su padre para que fuese ministro, como lo fue su bisabuelo paterno Faustino Rodríguez San Pedro, y para que llegase a la presidencia del Gobierno como líder de la derecha española. Porque, como único varón de la casa que no había pasado por la cárcel, solo él podía materializar el sueño incumplido del progenitor.

Ahora sabemos que no fue presidente del ejecutivo. Y también sabemos -tras los escándalos de Bankia, y aún más tras los registros policiales de su vivienda y de su despacho por posibles delitos fiscales- que ya nunca lo será. Pero queda la duda de si tendrá que pasar o no por el trago del presidio que a él, en su adolescencia preuniversitaria, tanto lo golpeó cuando vio a su padre y a su hermano camino de la celda.

Rato forjó su carrera política desde abajo pero con enchufe desde arriba (su padre financiaba al partido de Fraga y exigía dividendos en especie para la carrera política de su hijo) y desde su escaño del Congreso de los Diputados fue "martillo de herejes" e implacable contra el fraude fiscal, la corrupción de los políticos de otras formaciones y las regulaciones tributarias. Ahora, se ha acogido a una de esas amnistías tributarias, ha aflorado y regularizado dinero y los españoles han descubierto que quien los persiguió como ministro de Hacienda e indagó en sus peculios familiares y quien blandió en los años 90 la bandera de su partido como estandarte inmaculado para librar a España de la corrupción tenía, al parecer, su dinero en paraísos fiscales a través de una entramado de sociedades dedicadas al supuesto blanqueo de capitales, y todo ello sin merma de su más genuino sentido del patriotismo español.

Aquel joven Rato que en los años 80 se desplazaba en un descapotable y en una Vespa, y que había vuelto al conservador barrio madrileño de Salamanca con largas melenas y copiosas barbas tras su estancia en el campus contestatario y "underground" de Berkeley, donde cursó un máster de dirección de empresas, tomó asiento en numerosos consejos de administración de la variopintas empresas inmobiliarias, aseguradoras, de viajes, agroalimentarias y radiofónicas puestas en pie por un progenitor merced al importante patrimonio conyugal y a una bizarría sin límites.

El paso por las sociedades familiares mientras se adentraba en los territorios de la política fue toda la experiencia gestora que había acumulado cuando asumió sin temor la dirección económica de la nación.

Este afán de desafiar los límites propios lo llevó en 2007, tras su segundo retorno de EE UU, a convertirse en banquero, desoyendo la maldición financiera de una familia que ya había protagonizado dos crisis bancarias de apreciables consecuencias: su padre en 1966 y un primo de su bisabuelo, también Rato, en 1914.

Sin experiencia bancaria alguna, se convirtió, tras una batalla política intestina entre facciones del PP madrileño, en presidente de la cuarta entidad bancaria de España. Bankia era un monstruo, sobrecargado por la "burbuja" inmobiliaria que él había contribuido a generar en sus tiempos de ministro y cuyo efecto destructor, tras el pinchazo, ya no fue capaz de gobernar. Los siete primeros meses de 2012 fueron terribles para él y para España. El ascenso de la prima de riesgo española de los 331 puntos básicos a los 649 en el primer semestre del Gobierno de Rajoy no fue disociable del pavor internacional a un estallido de Bankia.

Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo (BCE), llegó a Barcelona y exigió al Gobierno español actuaciones inmediatas para reparar lo que calificó de "desastre" en la gestión de la crisis bancaria. La destitución de Rato fue la primera estación de un calvario al que no acaba de ver el final. Está imputado por administración desleal, apropiación indebida y falseamiento de cuentas públicas en la salida a Bolsa de Bankia y por el daño causado a inversores en acciones y en participaciones preferentes (un producto financiero que él autorizó en España siendo ministro); también por el escándalo de las tarjetas de crédito corporativas opacas al fisco y por los cobros recibidos de Lazard mientras Bankia pagaba a su vez al banco estadounidense. Y ahora se le acusa de blanqueo.

En los aeropuertos y en la calle ya no lo agasajan. Lo abroncan. Es el ídolo caído.

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