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Francisco Fontenla Iglesias | Biólogo e investigador forcaricense

“Los humanos y las lampreas están separados por 500 millones de años de evolución”

Trabaja en la Universidad Emory (Atlanta) en un proyecto para utilizar anticuerpos de la lamprea como arma contra el cáncer

Francisco Fontenla, ayer, durante su trabajo en el laboratorio de la universidad.

Durante los peores momentos de la pandemia, Estados Unidos cerró sus puertas a los visitantes extranjeros. La única ventana que quedó abierta fue para llegada de investigadores que ayudasen en proyectos clave. Uno de ellos fue el forcaricense Francisco Fontenla.

–Háblenos sobre su trabajo en Atlanta.

–Soy inmunólogo y trabajo como investigador en un laboratorio del Centro de Vacunas de la Universidad Emory, en el grupo de investigación del Doctor Max D. Cooper, uno de los inmunólogos más importantes y reconocidos de los últimos 50 años, al que se debe la identificación de los linfocitos B como las células productoras de anticuerpos. Para poner en contexto mi trabajo hay que hablar del descubrimiento, por parte de Cooper y su equipo, de un sistema inmunitario único en los vertebrados más antiguos, que incluyen a lampreas y mixinos. En estas extrañas criaturas aparecen por primera vez los anticuerpos, que son moléculas producidas como respuesta a una vacunación o infección que nos protegen contra bacterias o virus. Estudiando estos nuevos anticuerpos, que tienen una estructura totalmente distinta a los nuestros, Cooper y su equipo se dieron cuenta de presentaban un potencial extraordinario para identificar y combatir ciertos tipos de cánceres contra los cuales no tenemos tratamientos suficientemente efectivos por la falta de dianas terapéuticas adecuadas. Sin embargo, al ser un descubrimiento reciente, aún no tenemos mucha información sobre ellos, a pesar de su potencial. Yo investigo varios aspectos clave de estos anticuerpos, incluyendo su mecanismo de producción tras la vacunación, los receptores a los que se unen para llevar a cabo sus funciones, así como su papel como mediadores de autoinmunidad en estos animales, que consiste en el ataque del sistema inmunitario contra sus propias células.

–¿Qué aplicaciones tendrá?

–Si hablamos de ciencia fundamental, los resultados de nuestra investigación servirán para ahondar en el conocimiento que tenemos sobre el sistema inmunitario adquirido y su evolución del vertebrado más simple al más complejo. En cuanto a la ciencia aplicada, el estudio del mecanismo de producción de estos anticuerpos supondrá un importante avance que apoyará otras investigaciones llevadas a cabo actualmente en el laboratorio del Dr. Cooper, mejorando el proceso de generación de anticuerpos para su uso como terapia contra cánceres, como el de cerebro u ovario, o contra patógenos humanos, como el SARS-CoV-2. Por otra parte, supondrá el punto de partida para nuevas investigaciones dedicadas al estudio de la evolución de la autoinmunidad, que nos darán claves para mejorar la comprensión que tenemos sobre las enfermedades autoinmunes en humanos, como por ejemplo la esclerosis múltiple.

–Resulta sorprendente que los anticuerpos de lamprea puedan llegar a convertirse en un arma para combatir el cáncer en humanos. ¿Puede hablarnos un poco más sobre esto?

–Una de las terapias más comunes para ciertos cánceres es la inyección de anticuerpos monoclonales que actúan marcando las células cancerosas para su destrucción por nuestro sistema inmunitario. Sin embargo, hay que tener en cuenta que otros cánceres son especialmente difíciles de tratar porque no se han podido desarrollar anticuerpos efectivos contra las moléculas presentes en las células cancerosas. Debido a que los humanos y las lampreas están separados por 500 millones de años de evolución, los anticuerpos de estas son capaces de reconocer moléculas presentes en estas células cancerosas que los anticuerpos monoclonales tradicionales no pueden, como ciertas proteínas o azúcares. Esto ya sería valioso como método de diagnóstico, pero además, con el adecuado proceso biotecnológico, creemos que podrán llegar a emplearse como un tratamiento antitumoral en el futuro. Los estudios al respecto son muy prometedores y, de hecho, ya se han desarrollado anticuerpos de lamprea que reconocen a células cancerosas de pacientes con leucemia.

–¿Cómo ha llegado un forcaricense a trabajar como investigador en Estados Unidos?

–Es habitual, en nuestra profesión, salir a universidades o centros de investigación extranjeros después de obtener el doctorado. En mi caso, siempre me había atraído la idea de irme a los Estados Unidos porque es uno de los países más interesantes y avanzados en lo que respecta a la ciencia. En cuanto a mi trayectoria, estudié Biología y me doctoré con una tesis sobre vacunas en la Universidad de Santiago de Compostela. Justo al acabarlo todo se complicó por la Pandemia y las restricciones de movilidad internacional. Afortunadamente, se concedían ciertas excepciones para que los investigadores pudiésemos entrar en los Estados Unidos. Yo conocía al Dr. Cooper por sus artículos científicos y su importante investigación en el campo de la inmunología y decidí ponerme en contacto con él, proponiéndole desarrollar en su laboratorio un proyecto en el que había estado pensando tiempo atrás. Como tanto el proyecto como mi perfil le resultaron interesantes para su grupo de investigación, me ofreció un puesto de investigador en su laboratorio de la Universidad Emory.

–¿Siempre le atrajo este mundo o fue algo inesperado?

–Seguramente el despertar de mi interés en la ciencia se lo debo a mi madre, que me compraba y leía toda clase de libros durante mi niñez, en Forcarei. Recuerdo con especial cariño que disfruté enormemente de la lectura los libros de Julio Verne y sus fantasías científicas. En Bachillerato ya tenía claro que quería estudiar Biología, Química o Física y acabé decidiéndome por la primera porque me pareció que las posibilidades eran casi ilimitadas, cosa que, como descubrí tiempo después, resultó ser bastante cierta. En cuando a la decisión de hacerme investigador, fue un proceso invero gradual a lo largo de los años y en el cual resultaron decisivos los magníficos profesores de Biología de la Universidad de Santiago. Creo que podría decirse que lo que siempre me guió por este camino fue la curiosidad.

–¿Cómo es trabajar ahí? ¿Hay más posibilidades?

–El trabajo aquí es exigente e intensivo, pero también muy estimulante. Los laboratorios suelen ser enormes, con tecnología avanzada e investigadores de diferentes países, lo cual, al final, proporciona un enriquecimiento personal tanto en lo científico como en lo cultural. En España, aunque hay talento de sobra, nos falta financiación para la investigación. Aun así, soy optimista y creo que la pandemia demostró que la inversión en ciencia es clave para afrontar los desafíos del futuro.

–¿Cuáles son sus planes de cara al futuro?

–Pues soy hijo y nieto de emigrantes que regresaron a Galicia, así que supongo que la morriña no va a perdonarme a mí. De momento seguiré en los Estados Unidos durante un tiempo, pero en unos años espero poder volver a España y crear mi propio grupo de investigación. Siempre he estudiado en el sistema público y me gustaría poder devolver a la sociedad, a través de mi investigación, un poco del esfuerzo dedicado en mi formación.

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